En un pequeño valle cerca de la localidad francesa de Correns, "el primer pueblo bio de Francia" como bien rezan los carteles que dan la bienvenida al visitante, se encuentra uno de los más singulares oasis del corazón de la Provenza, un paraíso natural rodeado de milenarios bosques, característicos olivos propios del paisaje provenzal y generosos manantiales que, a lo largo de los cuatro kilómetros que ocupa de este a oeste, alberga el medio millar de hectáreas de viñedos de la bodega Miraval.
Siglos y siglos de historia preceden la elaboración de vino en este rincón francés perteneciente a una región que fue bautizada en su momento por uno de los máximos estandartes de la civilización surgida en la actual Italia que estimo el vino sobremanera, Julio César, y guarda entre los pliegues de sus sierras el discurrir de una de las rutas que los romanos construyeron para expandirse, la Vía Aurelia, en el siglo III a. C.
El château francés, que actualmente se encuentra en manos de un matrimonio de actores tan vitivinícola como el conformado por Angelina Jolie y Brad Pitt, antes de convertirse en la bodega que es hoy en día se dedicó a otros nobles usos. En pleno siglo XIII, en el año 1252, la casa Miraval parece ser que fue hogar durante de unos días del teólogo y filósofo italiano Santo Tomás de Aquino. Unos cientos de años más tarde, entrados en el siglo XVI, el Príncipe de Nápoles es el que se instaló en ella tras unirse a la corte de Francia e incluirla en su Registro de Casas Nobles. Y previamente a la producción de vinos, allá por los años setenta, el apreciado pianista Jacques Loussier lo convirtió en un estudio de grabación por el que pasaron grupos tan aclamados como Pink Floyd, Sting, Sade o The Cranberries a grabar piezas de su discografía.
Pero es en el momento actual, desde hace unos pocos años, donde en este idílico enclave mediterráneo de tierra arcillosa y yesosa, a unos trescientos cincuenta metros de altitud, crecen bajo la atenta mirada de manos expertas los viñedos que influenciados por un clima de días cálidos y soleados con noches frescas y despejadas proporcionan las uvas que hacen tangibles referencias tan destacadas como el Rosé 2013.
Fotografía cortesía de Miraval.Cosechados a mano cuidadosamente, en una primavera fría y húmeda que hubiese condicionado poco favorablemente la cosecha de no ser por la gran labor de cultivo de la vid durante el resto del año, los racimos de las variedades cinsault, garnacha y rolle se clasifican y despalillan para pasar por la prensa y fermentar a temperatura controlada en depósitos de acero inoxidable. A estas uvas se les añaden las syrah, tras ser vinificadas mediante sangrado, para redondear el perfecto coupage.
El resultado no puede ser mejor. Perrin, que es en realidad la familia que lo elabora, consigue un caldo rosa pastel a la vista que revela gran frescor, presencia de frutos rojos y cierto vegetal en el olfato para en el paladar entrar elegantemente, con cuerpo y gran presencia frutal. Pinceladas organolépticas complejas con las que el Miraval Rosé 2013 deslumbra. Un vino elegante donde los haya, un rosado fino y estiloso que sin duda es fruto de la Provence.