¿Alguna vez te has preguntado cuáles han sido los mayores banquetes de la historia? Queremos repasar algunos de los ágapes y convites reales y novelescos que por magnitud, cantidad de alimentos servidos, número de invitados o significado son destacables, convirtiéndose en hechos históricos en torno a una mesa. Desde el conocido como mayor banquete de la historia organizado por el rey Asurnasirpal II al escribano hortelano con el que François Miterrand se regocijaba en sus últimas días con vida, un recorrido por los mayores empachos de la historia de la cocina.
Asurnasirpal II y el mayor banquete de la historia
El más grande ágape de la antigüedad, el festín más ostentoso, numeroso y espectacular del que se tiene constancia, es el que tuvo lugar en la antigua ciudad de Nimrud —conocida por los asirios como Kalkhu— celebrado por el rey Asurnasirpal II en el siglo IX a. C. El banquete encontraba su razón de ser en la refundación y reconstrucción de la urbe, que desde entonces sería capital del reino de Asiria, y en la inauguración del palacio que el monarca mandó construir para él.
Duró diez días y fueron invitadas exactamente 69.574 personas entre representantes de diferentes territorios, funcionarios del reino y habitantes del país. En él se sirvieron ingentes cantidades de toda clase de alimentos: para los platos de carne, por ejemplo, se emplearon más de mil bueyes, catorce mil cabritos, quinientos antílopes o diez mil jerbos, y los más aficionados al pescado, por su lado, pudieron disfrutar de más de diez mil piezas de especies varias. La celebración acompañó las viandas, probablemente representativas de la avanzada cocina mesopotámica, con abundancia de condimentos desaparecidos y desconocidos en nuestros días, diez mil panes, diez mil jarras de una primitiva cerveza y diez mil botas de vino.
"Les rendí merecidos honores y les envié de vuelta, sanos y felices, a sus regiones", dice el propio Asurnasirpal II en la estela que da cuenta de lo acontecido.
La millonaria cena de Cleopatra y Marco Antonio
Algunos se atreven a decir que esta cena fue la más cara de la historia y con las cifras que vamos a tratar, no es en absoluto descartable si, sobre todo, tenemos en cuenta que el momento más importante de la velada tuvo solamente una comensal. Hablamos de la particular cita entre Cleopatra VII, la última reina del Antiguo Egipto, y Marco Antonio, uno de los políticos romanos más importantes y un estrecho colaborador del emperador Julio César.
Ambos dirigentes, allá por el siglo I a. C., se reunieron durante cuatro días en Tarso para negociar un hipotético apoyo egipcio a los partidarios del triunvirato frente a los republicanos en la guerra civil desencadenada en Roma. Y en aquella reunión tuvo lugar una de las cenas en las que el amor entre ellos triunfó, la cena de los diez millones de sextercios, más de una decena de millones de euros actuales según estimaciones de expertos. Todo fue una apuesta de Cleopatra con su amado, una forma de impresionarle afirmando que era capaz de terminar por completo y sin pestañear una cena de tal coste. Marco Antonio, naturalmente aceptó la apuesta, y se dispuso todo para que el ágape tuviese lugar.
Viandas de las más variadas procedencias, manjares exquisitamente cocinados y bebidas casi divinas se sirvieron sobre la mesa, pero aquellos lujos no alcanzaban ni de lejos semejante precio. Fue entonces cuando la reina egipcia se dirigió al juez que había dispuesto para el desafío, Planco, para preguntarle por el valor de las dos grandes perlas que adornaban su cuello. Cada una, según el magistrado, valía al menos cinco millones de sextercios.
Cleopatra cogió una de las dos, la echó en una copa de vinagre y, una vez diluida, bebió sin dejar gota. Marco Antonio, antes de ver cómo la segunda perla terminaba convertida en calcio diluido, aceptó la derrota.
El alegre funeral del rey Midas
Conocido por gobernar Frigia entre el 740 y el 696 a. C., pero más conocido por convertir en oro todo cuanto tocase gracias al poder que le otorgó Dionisio según la mitología griega, el rey Midas se fue a la tumba con unos honores tan grandes como su popularidad.
Fue en el año 1957 cuando los arqueólogos que practicaron las excavaciones de su tumba descubrieron, para sorpresa de muchos, lo que parecían ser los restos de un gran festín funerario en honor al rey: tres recipientes de unos 125 litros para almacenar una mezcla de vino e hidromiel y un total de cien copas de bronce para bebérsela.
Suponiendo que el número de copas correspondiese al de invitados y que las grandes tinajas hubiesen estado llenas, los congregados habrían ingerido más de 3,5 litros de alcohol por cabeza. El vino, según los entendidos, habría regado un banquete que incluyó guiso de cabra, legumbres y cordero asado.
Las bodas de Caná
Al final de la primera semana del ministerio de Jesucristo en el Evangelio de Juan se narra un episodio, conocido como las bodas de Caná, en el que realizó el primer signo, su primer milagro según la tradición cristiana.
Todo sucedió en la ciudad que da nombre a las nupcias, la que se supone corresponde con la actual ciudad libanesa de Qana, en su Galilea natal. Su madre y sus discípulos acudían junto al propio Jesús a una unión apenas mencionada por la Santa Escritura en la que, según escribe el evangelista, faltó el vino:
[…] le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: 'Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora'. Dice su madre a los sirvientes: 'Haced lo que él os diga'.
Así, el Hijo de Dios mandó llenar de agua seis tinajas de cien litros dispuestas para las purificaciones de los judíos. Una vez llenas ordenó llevarlas ante el maestresala, que desconocía de dónde venían, y comprobó cómo aquello era vino.
El banquete de las bodas de Caná pasó a la historia no por las viandas que nutrieron a los invitados, sino por el vino fruto del primer milagro de Jesús de Nazaret.
La Santa Cena
La Santa Cena o La Última Cena, momento histórico en el que se instituyó el sacramento católico de la eucaristía con la última reunión de Jesús de Nazaret con sus doce apóstoles, es uno de los episodios evangélicos más conocidos de todos los tiempos y uno de los más representados artísticamente.
Como muestran obras que la representan, como la célebre homónima de Leonardo da Vinci, la última cena de la figura central del cristianismo con sus discípulos fue sencilla y austera, conformada solamente por el pan, el vino y el cordero pascual, alimentos que forman parte de la tradición hebrea.
Una de las narraciones que con mayor detalle describen es la que la monja agustina canóniga Ana Catalina Emmerick, beatificada por el papa Juan Pablo II en 2014, hizo en 1823 al escritor alemán Clemens Brentano:
El borde de la fuente [del cordero pascual] tenía ajos todo alrededor. A su lado había un plato con el asado de Pascua y al lado un plato de hierbas verdes, apretadas, puestas de pie como si estuvieran plantadas, y otro con manojitos de hierbas amargas que parecían hierbas aromáticas; luego, delante de Jesús, había una fuente con hierba verdeamarillenta, y otra con una salsa parduzca. Los comensales usaban como platos unos panecillos redondos, y utilizaban cuchillos de hueso.
La boda del Rey Enrique IV de Francia y María de Médici
La boda real tuvo lugar en Florencia, ciudad de la que era originaria la familia, con una ceremonia tan majestuosa como lo es la catedral donde se celebró y con un banquete extraordinario dignificando la propia celebración del sacramento.
Uno de los más grandes artistas toscanos, Bernardo Buontalenti, fue el encargado de diseñar el convite para los más de trescientos invitados que asistirían y para el que dispondría de un presupuesto ilimitado. Los relatos de la época hablan de más de cincuenta platos, pájaros bajo las servilletas que salían volando ante la sorpresa de los concurrentes una vez eran desplegadas o exquisiteces como unos sorbetes de leche y miel que la propia María de Médici había inspirado.
Las bodas de Camacho y Quiteria de Don Quijote
Nuestro más celebérrimo hidalgo, "de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor", y su fiel escudero, "un labrador vecino suyo, hombre de bien pero de muy poca sal en la mollera", contrastaban incluso en cuestiones culinarias.
Cervantes reflejó gastronómicamente la sociedad más acomodada del Siglo de Oro con la variedad de manjares de los que disfrutaba el propio Alonso Quijano en su hacienda, como narra el primer capítulo de la primera parte de la obra. En el decimotercer capítulo de la segunda parte, se vería reflejada la más humilde en contraste, de la que disfrutaba Sancho.
Hidalgo y labrador, Quijote y Sancho, disfrutarían de un exuberante y lujoso banquete en las bodas de Camacho y Quiteria a las que asistieron en el capítulo XX de la obra publicada en 1615. Más de cincuenta cocineros para preparar un novillo con doce tiernos y pequeños lechones en el vientre, carneros enteros metidos en ollas al fuego e incontables liebres, gallinas, pájaros y caza en general. Recipientes y recipientes llenos de vino regaban tal festín aderezado con un arca llena de especias y fritos "de masa" zambullidos en miel.
Como le diría uno de los cocineros al obnubilado Sancho:
Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene "juridición" la hambre, merced al rico Camacho. Apeaos y mirad si hay por ahí un cucharón, y espumad una gallina o dos, y buen provecho os hagan.
Un banquete del príncipe regente Jorge IV del Reino Unido
El rey del Reino Unido y Hannover, duque de Brunswick-Lüneburg, duque de Bremen y príncipe de Verden, Jorge IV, fue príncipe regente antes de servir a su patria como monarca. Fue durante este periodo, de 1811 a 1820, cuando la futura majestad se ganó su fama de glotón.
Era un 18 de enero de 1817 cuando Jorge se hizo con los servicios de uno de los más importantes cocineros de la época, Marie-Antoine Carême, para preparar una cena en honor del Gran Duque Nicolás de Rusia. El Banquete del regente, como se lo conoció, tuvo lugar en el Royal Pavilion de Brighton y quedó marcado en la historia como uno de los mayores banquetes superando incluso los que el mismo chef preparó para Napoleón o la Casa Rothschild.
La decoración del lugar siguió el exotismo y la exuberancia que tanto gustaban a Carême. La mesa de más de sesenta metros contó con ornamentación del mismo estilo y una fuente que hacía fluir el agua en todo su largo. Y lo más importante, el menú de la noche, no defraudó: 120 platos, siendo un centenar sopas, guisados o estofados y el resto postres, servidos sobre fuentes de oro y plata. Con tales festines no es de extrañar que entre el pueblo se hablase que el abdomen sin encorsetar del rey alcanzaba sus rodillas.
La primera comida en el espacio
Entre los años 1957 y 1975 dos países, Estados Unidos y la Unión Soviética, se disputaron la exploración espacial mediante satélites artificiales y humanos en la denominada carrera espacial. Esta oficiosa competición tuvo como primer gran vencedor al bando soviético consiguiendo que Yuri Gagarin fuera el primer hombre en salir al espacio el 12 de abril de 1961 con la Vostok 1 y que Guerman Titov fuese el primero en alimentarse fuera de nuestro plantea a bordo de la Vostok 2 apenas cuatro meses más tarde.
El menú del comedido primer banquete espacial estuvo compuesto por una crema de verduras, una lata de pasta de hígado y un zumo de grosella que sirvió para determinar que la ingravidez, al contrario de la posibilidad que cabía entonces, no afectaba al consumo de alimentos. El cosmonauta soviético dio prueba de ello.
El último festín de François Mitterrand
El paso por el Elíseo del presidente François Mitterrand ha quedado marcado en la memoria de los franceses por su dilatada duración, catorce años en el cargo, y por su gran afición a la buena comida. Sobre ella se ha rodado una película que sigue la vida de la que fuese encargada de la cocina privada del palacio durante unos años, La cocinera del presidente, y se conoce un polémico pasaje cronológicamente situado a escasos días de su fallecimiento.
Según cuenta el periodista Georges-Marc Benamou en su obra El último Mitterrand, publicada justo un año después de la muerte de su protagonista, el mandatario francés disfrutó de un prohibido manjar en su última cena de Navidad, en 1995. Fue en Latché, su propiedad en las Landas, donde François Mitterrand despachó junto a un selecto grupo de comensales un menú formado por un primer plato de ostras de Marennes, un segundo de capón y foie y un tercero, el quid, de escribano hortelano.
Amenazada su supervivencia en numerosos países y prohibida su caza en Francia, la preparación de este pequeño pájaro para su consumo está considerada por muchos un acto de crueldad. Tras ser capturaros con vida mediante mallas, los hortelanos son cegados con vendas o la directa lesión de sus ojos para forzarlos a alimentarse sin fin y engordar. Una vez alcanzada la medida que se considera oportuna, se despluman vivos, se sumergen en un buen armañac hasta su ahogamiento y se asan.
El controvertido plato se degusta según manda la tradición con una servilleta cubriendo la cabeza, mostrando figuradamente cierta vergüenza por lo que se va a hacer, y normalmente se consume un solo pájaro por comensal. Pero según cuenta Benamou, el expresidente galo comió dos. Una semana después del banquete moriría.