Los detectives y tipos duros de las grandes novelas clásicas eran más aficionados al bourbon que a las delicias de la mesa. Sam Spade nunca demostró una gran pasión por los encantos del sushi y no me imagino a Philip Marlowe disfrutando de una mariscada en las playas de Malibú. Quizá la novela más negra, nacida de los efectos de la Gran Depresión, se fijaba más en otras cosas.
Sin embargo, con el paso de los años, ser detective y tener devoción por la buena comida fue siendo cada vez más común. Después de todo, muchos de ellos pasaron de malvivir a convertirse en pequeñoburgueses con ínfulas. Quizá el pionero de este grupo hedonista fue Hércules Poirot, pero es posible que su amor por la comida fuera sólo una broma para caracterizar a un personaje francés (¿francés, señor mío? ¡Belga! ¡Belga!). Como mucho, tenemos a Poirot hablando de lo que no le gusta: la comida inglesa. Tiene una frase memorable sobre el típico fish and chips:
Cuando hace frío, está oscuro y no hay nada más que comer, es pasable.
A Sherlock Holmes también le gustaba comer, aunque él sí que tenía ojo para la gastronomía local. En alguna ocasión se muestra encantado de comer huevos con jamón, algo de curri, así como foie gras e incluso faisán. Lo cierto es que no se permitía demasiados excesos y se mantenía fiel al té de la tarde con algo ligero para cenar.
Uno de los primeros grandes detectives gastronómicos fue Nero Wolfe, creación de Rex Stout. Wolfe es un hedonista delicado aficionado al cultivo de flores y a comer como si no hubiera un mañana. Tiene un libro magnífico en el que se mete de lleno en el mundo de la alta cocina en los Estados Unidos: Demasiados cocineros. A destacar que incluso tiene sus propias recetas, incluyendo los huevos revueltos perfectos, que hay que cocinar durante 40 minutos.
Jules Maigret, el comisario más famoso de Francia, también era un gourmet. Aprovechaba sus largos días y rondas para visitar los mejores restaurantes, bares y brasseries de París, donde tomarse unas cañas, un chupito de calvados y degustar desde salchichas alsacianas a guiso de cordero. Todo lo que da energía a un policía.
Es inevitable hablar también de un detective patrio si es que estamos hablando de gastronomía. Pepe Carvalho construye su personalidad a base de libros y restaurantes, política y vino. Aquí tenemos un componente social, ya que Montalbán crea a Carvalho como un ejemplo de comunista desencantado, reconvertido a burgués y abrazado a la España posterior a la Transición. La gastronomía catalana era una de sus favoritas, aunque no le hacía ascos a algo tan novedoso en los 80 como el sushi.
A raíz de Carvalho, llega Montalbano. El comisario siciliano parece que, en ocasiones, vive para la comida. Se levanta y mira qué tiene en la nevera. Para siempre a mediodía para ir a la trattoria di Carlo y comerse el menú del día, porque le ayuda a pensar. Cuando vuelve a casa, su ama de llaves-limpiadora-cuidadora le suele dejar platos típicos de la gastronomía siciliana: sardinas, caponata de berenjena, el falsomagro, arancino o unos buenos cannoli.
Quizá esa pasión por la gastronomía viene de la necesidad de celebrar la vida que tienen la mayoría de detectives y policías, testigos de muertes aberrantes y de situaciones terribles. ¿Quién no querría disfrutar al máximo de la vida después de ver algo así? Y dado que muchos de ellos también son adictos al sexo -algo quizá peor visto-, destacan por las ganas de comer, de disfrutar de un buen vino y, de esa manera, seguir adelante.