Es difícil saber en qué momento la pausa para el té de la tarde se convirtió en todo un evento para la sociedad británica. Se les considera grandes consumidores de esta bebida desde el siglo XVIII, aunque su consumo se había extendido a principios del XVII. La British East India Company se encargaba de llevar hasta las islas todo tipo de té desde la India y China. Lo que en un principio parecía un producto de lujo, pronto pasó a convertirse en una bebida habitual en todas las clases sociales. En la época victoriana, el té se había popularizado de manera absoluta.
Para los ricos burgueses y las clases altas, la hora del té se institucionalizó como un espacio de relaciones sociales, por lo que poco a poco se fue encorsetando hasta convertirse en una reunión formal, en el que se sacaba a la luz la porcelana especial y sus mejores galas. A menor nivel, abrieron los primeros salones de té, lugares de conversación, cultura y, en algunos casos, incluso revolución.
Lewis Carroll, amigo de las tradiciones y los rituales, no pudo evitar introducir una particular fiesta del té en Alicia en el País de las Maravillas, su inmortal obra de 1865. Como todo en esta obra, nos encontramos una versión satírica y burlesca de las habituales meriendas al aire libre, encorsetadas y aburridas. Es más, Carroll se acerca a las ceremonias del té típicas de los más pequeños en los que se sirve té imaginario a personajes irreales.
La zona del té en el cuento de Alicia está enfrente de una casa, bajo un árbol. Allí han dispuesto una larga mesa con teteras y tazas, pero a la que únicamente están sentados la Liebre Marcera, el Sombrerero Loco y un lirón. Los tres están apretados al fondo de la mesa y se quejan de que no hay sitio. Alicia se sienta con ellos y comienzan un juego de acertijos, típico de la obra de Carroll.
De entrada, es divertido comprobar cómo hacen burla de la etiqueta, estando como están desesperados en la mesa, solos y ya sin apenas nada que comer, insisten en cómo se tienen que hacer las cosas. Son el típico grupo de la alta sociedad, quisquilloso y sin paciencia. Y no es de extrañar, ya que están condenados a repetir la hora del té, en concreto a las 6 de la tarde, por toda la eternidad.
Queda poca comida en la mesa, según comentan, y echan de menos la rica mantequilla con la que, con toda seguridad, habrían untado el pan tostado. ¿Qué más tendría la mesa al empezar la hora del té? Bien, un menú típico del siglo XIX incluiría otro gran mito de la gastronomía inglesa, como son los sándwiches de pepino, o tal vez los de huevo y berros. Es posible que tuvieran buns y scones, pastas y bollitos rellenos de uvas, pasas o arándanos, así como algún tipo de pastelito dulce. Pese a la creencia popular, no se servían galletas. Su presencia en cualquier historia sobre Alicia tiene que ver con su aparición en un bote junto al cartel de “cómeme”, pero no se nombran en la escena del té.
Todo en una mesa del té tenía que estar en su sitio y bien presentado. Porcelana de calidad, cucharitas de plata y todo servido de manera exquisita. Los sándwiches, por ejemplo, debían estar sin la parte quemada de los bordes y cortados por la mitad en forma de triángulos. De hecho, preparados de esta manera estaríamos hablando de tea sandwiches. En Alicia en el País de las Maravillas asistimos a una fiesta, más que a un té normal. Por desgracia para los participantes, la diversión se les acabó hacía mucho tiempo.
Si estáis interesados en conocer un poco más cómo era la estética que Carroll tenía en mente a la hora de describir ésta loca hora del té, os recomiendo que acudáis a las excelentes ilustraciones que Jon Tenniel preparó para la primera edición de Alicia en el País de las Maravillas. Reflejan a la perfección ese ambiente decadente que buscaba el autor británico.
Hoy en día, la fiesta loca del té ha calado más allá de la propia literatura y es uno de los temas más habituales en numerosas fiestas dedicadas a la novela de Carroll. Pasteles, té y pastas de todos los tamaños y colores suelen ser lo más habitual, siguiendo más la nueva estética que tanto Disney y Tim Burton han fijado como normativa en las últimas décadas.