Desde su publicación en 1964, Charlie y la fábrica de chocolate se ha convertido en todo un clásico contemporáneo dentro del mundo de la literatura infantil y juvenil. Irreverente y lleno de imaginación, es uno de los libros más conocidos de su autor, Roald Dahl, sobre todo gracias a las dos adaptaciones al cine que se han realizado de la novela, considerada una gran influencia por autores como J. K. Rowling.
El personaje de Willy Wonka, el extravagante y misterioso dueño de la fábrica de chocolate, se ha convertido en todo un icono popular. En su día fue interpretado por Gene Wilder (1971) y más recientemente por Johnny Depp (2005). El maravilloso y tenebroso mundo del chocolate regido por él está lleno de pequeñas dulces maravillas que son, en ocasiones, peligrosas.
De hecho, muchas de estas creaciones han sido imitadas en el mundo real, aunque sin los terribles efectos secundarios de algunos de estos dulces (como ponerse a flotar o cambiar de color). Existe una marca, Wonka, que ha puesto a la venta numerosos caramelos, como, por ejemplo, las Bottle Cap, las bolas de chicle Everlasting Gobstopper, las Volcano Rocks o las Wonka Bars, unas barras de chocolate deliciosas. Esta marca todavía está activa, pertenece al grupo Nestlé, y sigue sacando novedades todos los años.
Pero la influencia de Wonka va más allá. Existen reuniones gastronómicas para celebrar la novela de Dahl donde se preparan recetas del libro, como la tarta de arándanos con helado de vainilla -que no te vuelve de color púrpura-, la tarta de queso recubierta de chocolate y mantequilla de cacahuete, o los batidos especiales de fruta -que no te llenan de gas como para salir volando hasta el techo-. Llevar a tus propios Umpa Lumpas para que amenicen la comida cantando, es completamente opcional.
Pero si hay un alimento especial en el libro, ese es el chicle de tres platos que permite hacer una comida completa. Lo increíble es que científicos del IFR (Institute of Food Research) han encontrado que, aplicando la nanotecnología a unas recetas de gelatina del siglo XVII, pueden, de hecho, meter tres platos diferentes en el espacio de un chicle, e ir disfrutando los sabores uno detrás de otro. ¡Fantástico!