El concepto de la comida rápida, el fast food, lleva décadas instalado en nuestra sociedad. Habla del alimento que se prepara, sirve y consume en cuestión de minutos, generalmente a pie de calle o en establecimientos sin servicio de camareros. Un significado que bien podría englobar cualquier puesto callejero, de los que siempre han proliferado en nuestras ciudades, pero que se asocia indefectiblemente con esas grandes cadenas de restauración de colores corporativos llamativos.
Formatos que llegaron a nuestro país a principios de los ochenta, que nos resultan parejos a los acelerados tiempos en los que vivimos, y que sin embargo son mucho más antiguos de lo que pueda parecer. Porque al igual que sabemos que en la antigua Roma y en Medio Oriente se ofrecían en plena calle panes planos con aceitunas y falafels, sabemos de un concepto igualmente antediluviano similar al de los restaurantes fast food que existía en los dominios romanos: el de los termopolios.
Un termopolio —del latín «thermopolium»— consistía en un pequeño local abierto a la calle, con un gran mostrador de mampostería, en el que se exhibían sobre varios recipientes de barro las diferentes viandas que se ofrecían. Eran espacios sumamente decorados, con numerosos mosaicos y frescos para atraer a la clientela, que también procuraban bebidas como el vino.
A ellos acudían ciudadanos pobres o de clase social baja que no podían permitirse tener una cocina en sus casas, un verdadero lujo en aquella época. Es por ello que recurrían a estos lugares, considerados en cierto modo los precursores de los actuales restaurantes y una suerte de establecimientos de comida rápida, en los que podía conseguirse una ración de comida a un precio razonable.
Termopolio de Asellina, uno de los ejemplos más completos
Uno de los ejemplos más completos que ha llegado hasta nuestros días, con un estado de conservación óptimo y gran parte de su menaje habitual presente, ha sido el conocido como Termopolio de Asellina de la antigua ciudad de Pompeya.
Este termopolio contaba con el clásico mostrador de obra, con sus respectivas vasijas de barro enclavadas, que en este caso particular se disponía en forma de letra ele. En uno de los extremos, adornando una de las paredes, se conserva todavía un fresco en el que varias deidades se encuentran representadas, destacando especialmente el dios del vino, Baco.
Fotografía cortesía de Daniele Florio con licencia CC BY 2.0El Termopolio de Asellina es, además, una muestra particular de lo que eran estos establecimientos. Porque además de alimentar a sus clientes, parecía que también brindaba la posibilidad de recuperar fuerzas en unas habitaciones dispuestas en la planta superior, con lo que también habría podido ser una posada.
No obstante, otras teorías apuntan a que esas habitaciones podrían haber sido las de un burdel, a tenor de los numerosos nombres de mujeres que al parecer se encuentran escritos sobre sus paredes. Estas habrían sido esclavas sexuales al mismo tiempo que dependientas del establecimiento.
Sea como fuere, los termopolios nos demuestran que aunque muchos conceptos populares en la actualidad nos resulten sumamente contemporáneos, pueden tener su correspondencia con concepciones antiguas. Todo, o casi todo, está inventado.