Aunque se llama Lluís Bernils Viñas, la mayoría lo conoce como Bernie Vinyes. Nació en abril de 1958, es padre de dos hijos, Pau y Riki, y se considera un «cocinero en la reserva». A pesar de llevar más de tres décadas dedicadas a la cocina, aprendida de forma autodidacta, hasta en su perfil de Twitter se define como «exchef». Por eso lo tratamos como un gastrónomo, aunque la consideración se le quede corta.
Él es el responsable de un restorán mítico fuera de las clásicas rutas gastronómicas. Un oasis concebido para el deleite situado en la localidad barcelonesa de Matadepera, cerca de las ciudades de Terrassa y Sabadell, al que recurrentemente acuden los más insignes aficionados a la buena mesa. En el restaurante El Celler de Matadepera buscan —y encuentran— una culinaria con arraigo, sentimientos y verdad.
El espacio nació en 1968 de la mano de sus padres como un bar en el que se cocinaban pollos asados para llevar. Al principio el negocio funcionaba tal cual lo habían concebido, pero pronto los clientes quisieron poder comerse aquellas carnes a l’ast en el local. Así que la madre de Bernils tuvo que comenzar a preparar ensaladas y otros acompañantes que pudiesen escoltar al plato. La oferta iría en aumento hasta 1982, año en el que el hijo tomó las riendas y en la carta entraron platos de cazuela y carnes a la brasa. Pero no estaba conforme, quería más.
Tres años más tarde, en el 85, contactaría con Santi Santamaria, de Can Fabes, y con Ferran Adrià, de elBulli, para aprender todavía más de cocina. Los mentores, como él los considera, lo llevaron por el buen camino y en 1993 recibió una estrella Michelin que conservó hasta el 2000. «La perdí con justicia», asegura.
Desde 2008, sus hijos comandan el negocio. Pau como cocinero y Riki como jefe de sala. Él, nos cuenta, solamente les echa una mano organizando el trabajo y atendiendo a los amigos y clientes. Aunque nunca dejará de ser cocinero.
¿Cuáles son los tres primeros alimentos que te entran ganas de adquirir cuando sales de compras?
Setas en general, pescado de costa y tomates. ¡Cuánto cuesta encontrar un buen tomate!
¿Cuál es ese restaurante que repetirías sin parar?
Ninguno. Prefiero espaciar las visitas de los que me gustan para disfrutarlos más: L’Ambroisie, Ricard Camarena, Disfrutar, Noor…
¿Y cuál el que no has ido pero te mueres de ganas por ir?
Dos que me apetece mucho conocer. El Carmen de Montesión y Bardal de Ronda.
Y Fäviken.
¿En qué placer culpable te gusta incurrir (de vez en cuando) a la hora de comer?
No hay ningún placer culpable. Todos tienen que ser queridos y disfrutables.
¿Cuál es el mejor mercado para ir de compras gastronómicas?
Años ha, era La Boqueria de Barcelona, reconvertido en parque temático. Ahora prefiero el material de pequeños productores.
¿Qué capricho foodie te has dado recientemente o te gustaría darte?
Me los doy a menudo. Visitar las casas que más me gustan y las sobremesas con amigos cocineros.
¿Recuerdas alguna locura que hayas hecho por amor... a la cocina?
Locura por aprender. Hacer las vacaciones con la familia durante muchos años en función de los restaurantes que te gustaría conocer.
¿Qué ingrediente o materia prima consideras sobrevalorado?
La trufa blanca, la lamprea y la langosta. Y no solo por el precio.
Y en los restaurantes, ¿qué aspecto se sobrevalora?
El postureo y las expectativas hacen mucho daño.
¿Y cuál se infravalora?
El continente del plato. Vale que ayuda todo lo que le rodea, pero el plato es lo principal y lo demás accesorio.
¿Tu cocinero/a favorito/a?
Santi Santamaría (DEP), Pacaud…
¿Qué crees que debería ponerse de moda en la cocina?
El sentido común.
Si nos invitas a tu casa a cenar, ¿qué nos cocinarías?
Lo mejor que tuviera en ese momento. Así, uno no se equivoca nunca.