Él lo ha logrado, no cabe duda. Y de qué manera. Ha llevado a término lo que se propuso siendo apenas un renacuajo. Esas ensoñaciones que a muchos otros se le quedaron en las tardes endulzadas con bocatas de crema de chocolate. «Me considero uno de esos privilegiados que ha conseguido vivir de su sueño infantil. Desde pequeño quería trabajar dibujando y en la actualidad compagino la ilustración con el cómic».
Porque Paco Roca (Valencia, 1969) ha hecho de todo con lápices y otros útiles de dibujo. Ha trabajado para el efervescente mundo de la publicidad, le ha dedicado tiempo a la prensa, publicando en El País Semanal, Babelia, Las Provincias o el Corriere della Sera… pero sobre todo y especialmente se ha dedicado al cómic. Un mundo en el que se inició, de forma más profesional, publicando en la revista española El Víbora.
Su empatía, su autenticidad manifiesta, la ausencia de poses e imposturas que relucen cuando se le trata, se trasladan de forma sincera a sus obras. De una forma u otra. Tocando la fibra y llegando lejos.
Como lo hizo con Arrugas, mostrando sin tapujos la soledad tristemente asociada a la vejez, merecedora del Premio Nacional de Cómic de 2008. La casa, que rinde tributo a su difunto padre y la relación que con él tuvo. O Los surcos del azar, que repasa la historia de La Nueve, una división del ejército francés formada en gran medida por soldados republicanos españoles que fue determinante en la liberación de París de manos de los nazis en 1944.
Paco Roca, sin embargo, también esconde un lado culinario. Le gusta pisar el Mercado Central de Valencia, esa catedral de la materia prima fresca, para abastecerse de buen producto. Prepara en casa casi toda clase de platos, aunque demanden más o menos trabajo. No duda en venerar la cocina de la «santa madre» de su novia y la de Quique Dacosta, en ese orden. Y no muestra remilgos a la hora de reconocer cómo le tientan los pastelitos industriales que lo retrotraen a su infancia. A todos nos ha pasado.
¿Cuáles son los tres primeros alimentos que te entran ganas de adquirir cuando sales de compras?
Salsas raras y cosas por el estilo, tomates (no puedo evitarlo)… y bueno, esto no lo puedo evitar, los pastelitos industriales que comía de pequeño (nunca los compro, pero siempre me tientan).
¿Cuál es ese restaurante que repetirías sin parar?
Un restaurante de comida libanesa al que un amigo me lleva cada vez que voy a París. Y si es en Valencia, no saldría de Dukala.
¿Y cuál el que no has ido pero te mueres de ganas por ir?
Al Baret de Miquel, en Dénia. Me han hablado muy bien de él.
¿En qué placer culpable te gusta incurrir (de vez en cuando) a la hora de comer?
Los dulces. Las tartas de chocolate… Sobre todo la que hace mi novia.
¿Cuál es el mejor mercado para ir de compras gastronómicas?
Suelo ir al Mercado Central de Valencia.
¿Qué capricho foodie te has dado recientemente o te gustaría darte?
Pasta fresca de la parada de Marcella, en el Mercado Central, con setas de cardo cogidas por un amigo en Barracas.
¿Recuerdas alguna locura que hayas hecho por amor... a la cocina?
Claro, dejar un solomillo de cerdo ocho horas en el horno. Esa noche había quedado con una chica para cenar, así que por la mañana lo preparé todo, lo metí en el horno y me fui a trabajar. El horno no se apagó. La cena acabó siendo de bocadillo y la casa tenía una gran humareda.
¿Qué ingrediente o materia prima consideras sobrevalorado?
¡El cebollino! Durante un tiempo se puso de moda y estaba en todos los platos, hasta en el postre.
Y en los restaurantes, ¿qué aspecto se sobrevalora?
El minimalismo. Como decían Faemino y Cansado, si vas a poner poca comida en el plato, al menos, empánalo.
¿Y cuál se infravalora?
La iluminación y, sobre todo, la sonorización. A veces estás en lugares con una comida espectacular, pero en el que no puedes hablar de lo mal sonorizado que está. La comida no es sólo alimento, también es conversación.
¿Tu cocinero/a favorito/a?
La santa madre de mi novia. Y, en segundo lugar, Quique Dacosta.
¿Qué crees que debería ponerse de moda en la cocina?
Comer con las manos.
Si nos invitas a tu casa a cenar, ¿qué nos cocinarías?
Un solomillo de cerdo hecho ocho horas al horno. Bon apetit.