Verónica Martín forma parte de la nueva hornada de periodistas gastronómicos responsables de convertir la cocina en algo más que pompa y pose. Esta escritora canaria ha desarrollado su carrera en diferentes medios de comunicación sobre gastronomía, entre ellos este mismo, dando siempre su creativo e ingenioso punto de vista a la vida. Martín es una persona valiente y sin reglón, un verso suelto incluso en las noches de insomnio.
Hablamos con una personalidad libre y vivaz alimentada por el café y el chocolate, los viajes y una innata y continua curiosidad. Con ustedes Verónica Martín, una de esas redactoras atrevidas por definición.
¿Cuáles son los tres primeros alimentos que te entran ganas de adquirir cuando sales de compras?
Café, pan y queso. Son como mi santísima trinidad. A medida que pasan los años pruebo cafés diferentes, panes distintos y voy cambiando de gusto por el queso. Hay épocas que como quesos frescos o de sabor suaves, otras que prefiero quesos fuertes. Depende. Pero esos tres alimentos siempre están los primeros en mi lista de la compra.
¿Cuál es ese restaurante que repetirías sin parar?
Varios. No sabría decir solo uno. Pero los que repito siempre son los de cocina del Mediterráneo oriental: la griega, la libanesa, la egipcia, la turca, etc. Es mi gastronomía favorita.
¿Y cuál el que no has ido pero te mueres de ganas por ir?
DiverXO. Todo lo que haga Dabiz Muñoz, en general, me llama la atención.
¿En qué placer culpable te gusta incurrir (de vez en cuando) a la hora de comer?
El chocolate. Es una pequeña adicción que adquirí hace tan solo unos años, pero no me abandona. Y aquí tampoco le hago ascos a nada: me fascina por igual el chocolate con leche y frutos secos, relleno, que el negro al 80%. Va por temporadas.
¿Cuál es el mejor mercado para ir de compras gastronómicas?
Me encantan los mercados. Si llego a una ciudad nueva voy primero al mercado. De los franceses que he visitado, me quedo con todos. Son joyas. De España quiero nombrar el de Nuestra Señora de África, en Tenerife, al que voy bastante. Es un mercado muy bien cuidado, que tiene cosas que la mayoría de mis vecinos desconoce. Mi abuelos iban, mi madre va y creo sinceramente que, en cuanto a variedad y calidad, es un orgullo para la isla.
¿Qué capricho disfrutón te has dado recientemente o te gustaría darte?
Uff, me quedan muchos sueños gastronómicos por cumplir, digamos. Japón me fascina en ese sentido. Todavía he explorado poco las cocinas más alejadas de Occidente y me encantaría. Asia en general, pero Japón en particular.
¿Recuerdas alguna locura que hayas hecho por amor... a la cocina?
La primera vez que estuve en México no me privé de nada. Amo la cultura del país y su gastronomía. Salí de allí con el estómago como un acordeón, pero valió la pena. Tenía claro que iba a disfrutar la experiencia y apenas comí en restaurantes mexicanos. La mayoría de las veces comía en la calle, en las fiestas de pueblo o en las casas de la gente. Es fascinante. Lo mejor que he comido nunca lo comí en ese país: una tortilla de huitlacoche (un hongo del maíz) en la calle, que vendía una señora en el centro de Ciudad de México. Sabores que recuerdas toda la vida.
¿Qué ingrediente o materia prima consideras sobrevalorado?
El aguacate, por ejemplo. Y sé que no es una opinión popular últimamente. No entiendo la manía de ponerlo ahora en un montón de platos. Es un buen alimento, nadie dice que no. Pero la moda de añadirlo a todo la encuentro sorprendente.
Y en los restaurantes, ¿qué aspecto se sobrevalora?
El emplatado. Se come por la vista también, pero no en ese sentido. Una se fija en el color, la textura del plato. Sin embargo, el emplatado demasiado elaborado solo sirve como parte de una narración gastronómica por parte del chef, y eso lo entiendo y lo respeto. Pero a los comensales nos sobra la mayoría de las veces.
¿Y cuál se infravalora?
El servicio. Los profesionales que te sirven, los que están en sala, son extraordinariamente importantes. Y creo que, muchas veces, demasiadas, no se les valora lo suficiente.
¿Tu cocinero/a favorito/a?
Cuando vivía en Granada tenía una casera dominicana que cocinaba de una manera prodigiosa. No había estudiado en ningún sitio. Lo elaboraba todo por intuición, habilidad innata y mucha práctica. Te ofrecía platos gigantescos de comida que rebañabas. Todo el que vivió ahí salió con varios kilos de más. Su familia la animaba a poner un bar, pero ella siempre decía que ya trabajaba bastante y no le faltaba razón. Recuerdo especialmente su pastel de carne. Cuando llegaba tu cumpleaños te regalaba tu plato favorito, lo cocinaba y te lo llevaba. Daba igual lo que hiciera, todo le salía muy bien. Es un portento.
¿Qué crees que debería ponerse de moda en la cocina?
La naturalidad. No intentar impresionar a nadie. Hacer lo que uno sabe que hace del diez, y dejarse de zarandajas.
Si nos invitas a tu casa a cenar, ¿qué nos cocinarías?
No soy una gran cocinera, pero como todo el mundo tengo varios platos que, según opinión de mis allegados, me salen de muerte. Así que enlazando con la pregunta anterior, sobre la naturalidad, yo les invitaría a una vichyssoise de primero y un salmón a la plancha con algunas hierbas de segundo. Y mousse, es el único postre que me sale bordado. Vete tú a saber por qué. Un mousse, en este caso, de lima. Y como soy canaria, quesos canarios. Y el vino espero que me lo traigan ustedes, ¿no?