Estamos hechos unos bocazas, una suma incontinencia gastronómica se ha apoderado de la humanidad, todo el santo día hablando de ella, incluso cuando comemos. Y es bien sabido que es de muy mala educación hablar con la boca llena: come y calla, españolito, come y calla.
Y cuando digo hablar, utilizo la palabra como eufemismo de ver, televisionar, fotografiar, videograbar, oír, teclear, leer, postear, releer, tuitear, bloguear y demás acciones similares que no paramos de llevar a cabo diariamente, constantemente. Tendríamos la gastronomía hasta en la sopa cotidiana si no fuera porque entre todos la matamos y ella sola se murió tiempo atrás.
Sí, okey, es verdad que la pandemia le gana por la mano, pero es que la gripecilla esa tiene una mandanga y una mala leche extraordinarias. Lo que no hace a la postre, sino dejar desnuda a la reina emérita, la gastronomía, para que se le vean las vergüenzas tal cual sucede con el verdadero rey de nuestras mediáticas vidas: el fútbol. A quien quiere parecerse y vaya usted a saber si, algún día, nuestra perseverante gastronomía, pretenda destronar. Porque poquísimos son los que pueden jugar o juegan al fútbol, pero muchísimos los que podemos jugar a cocinillas y todos-todos los que comemos cada día varias veces. Partido a partido.
En cualquier caso, impera el bla, bla, bla o, mejor dicho, el talk, talk, talk, porque el mundo entero habla ya de gastronomía en todos los idiomas, lo que, para más inri, nos obliga a usar el inglés, el menos gastronómico de entre todos ellos, por cierto. Somos barrigas parlantes o talking bellies. Marionetas en la cuerda vestidas con chaquetillas de cocinero ventrílocuadas por la mano invisible que mueve el mundo: la pasta gansa, la única capaz de acallar todas nuestras bocas.
Pero, por mucho que se adore, todos los días pasta, como gallina, amarga la cocina, que tanto prodigamiento es sinónimo de malgasto, dilución y malbaratamiento. Además de repetición y cansancio. ¿Por qué? Pues porque la verdad que asoma en carne viva debajo y detrás de todo ese exceso de life style con el que la vestimos -yo el primero-, no es otra que la gastronomía no debiera dar ni da para tanto. Y cabe la posibilidad de que tanta tantedad termine matando a la gallina de los huevos de oro.
Ya sé que me echarán a los perros al tiempo que me echan en cara y con razón, que los ácidos estomacales que fuerzo a mi sufrido estómago a generar para digerir cuanto de sobrado como, se me han subido con el flato a la cabeza y están amargando mi vida convirtiéndome en un traidor a la causa. Puede ser, es más que probable. Pero es que durante el cuarto de hora que le doy cuartelillo a mi cerebro, mi segundo órgano favorito, para que deje de estar embotado por el abarrote alimenticio, mis neuronas se pervierten y rebelan y, entre sinapsis y sinapsis, a las pobrecillas solo les queda lugar para pedir socorro: help! help! Para ya so cabronazo, que te sale la comida por las orejas.