La actual y cruda realidad del panorama hispano recoge tantos eventos relacionados con la gastronomía que asusta. No hay días libres en una agenda que está más abarrotá que la despensa de un alarmista pandémico: ferias, micro y macro congresos, cuatromanos, catas, salones, aniversarios, premios y más premios, galas, charlas, mesas redondas o cuadradas, conferencias, showcookings, ponencias, listas, ránkines, guías y yo que sé cuántos más tipos de citas. ¡Festival!
Recuerdo que cuando esto de la gastronomía empezaba a moverse por estos lares, eran muchos los que la calificaban de moda pasajera. Otros intuimos que había venido para quedarse: futbolización llamé yo al proceso. Pero jamás pensamos que llegaría a crecer tan a lo bestia. ¡Dios salve a la Gastronomía!
Always looking at the bright side of life, no queda más cohones que dar calurosa bienvenida a todo ello. La gastronomía ya tiene su trocito del pastel dinerario, su estrella en el paseo de la fama y su lugar en el corazoncito de los españoles. Hemos conseguido "democratizarla" y que llegue a todos los rincones, incluida la España vaciada. En unos pocos años hemos pasado de la supina ignorancia y general indiferencia a sabernos de carrerilla los listados de los reyes godos de la restauración patria, vemos más programas telegastrós que restaurantes visitamos y nuestros recetarios rebosan por las paredes. ¡Viva la cocina!
But, on the contrary, si enfocamos este hecho del despiporre gastronómico congresual desde un punto de vista crítico o tocapelotas, en primer lugar, deberíamos empezar por reconocer que es un fenómeno cuya finalidad, como la de toda actividad empresarial, es ganar dinero, es decir, puro negocio. Pero claro qué más da si tenemos la cobertura del interés social-turístico-cultural que todo lo cura.
En segundo lugar, no sería mucho pedir tanto a los organizadores como a los profesionales que acuden a estas célebres celebraciones del súper hecho gastronómico, que se exigiera que estudiaran, prepararan y empollaran las intervenciones de acuerdo y en consonancia con el tema y motivo del evento. Pero claro, eso qué más da si lo único importante es aparecer, parecer y tener protagonismo para uno mismo y su mecanismo.
En tercer lugar, sería de muy buen gusto el que en todas estas reuniones se cuidara al límite de la calidad cualquiera de las comidas que durante las mismas se sirvieran, de manera que la bondad de lo cocinado-comido estuviera en consonancia plena con la cuestión gastronómica que abanderan. Pero claro eso qué más da si lo relevante es el sarao maravillao.
En cuarto lugar, habría que evitar a toda costa que en ellos tuvieran sitio y presencia cuanta marca o negocio tenga que ver con la comida basura, rápida o quintagamera chunga que tan a lo grande han crecido hasta apoderarse de la restauración. Pero claro, eso qué más da si a la postre la finalidad principal es que aflojen la pasta con la que se paga parte del tinglado. ¡Maldito parné!
En quinto lugar, bueno sería alejar a aquellos cocineros que solo cuentan cuentos chinos, recitan sus logros y pasan vídeos ideales de la muerte dedicados al autobombo, y acercar a los que se arriman a la cebolla y la olla. Pero claro eso qué más da si lo realmente importante ha pasado a ser el voyerismo de los medios, el circo mediático y vender imagen.
En sexto lugar, no estaría de más hacer sonar constantemente la alarma del inminente peligro que la barbarie consumista sin control ni leches conlleva para la sostenibilidad real del planeta y no dar sitio a quienes engañan e incumplen los mínimos de responsabilidad. Pero claro, eso qué más da si hemos hecho de la palabra sostenible la más usada, vacía y falsa de la historia de la gastronomía.
En séptimo lugar, convendría que los auditorios estuvieran ocupados "presencialmente" y que lo estuvieran por "personas gastrohumanas" de carne, hueso y voluntad de estar y no rellenarlos de desinteresados cazados a lazo y hordas obligadas. Pero claro, eso qué más da si basta con hacer el bulto suficiente para vender el gran éxito de la convocatoria.
En octavo lugar, convendría dar a conocer la realidad de su verdadera repercusión y de los resultados de las retransmisiones por streaming —"El Misterio del Stafastreaming"— de estos eventos y la veracidad de los datos anunciados a grito pelao. Pero claro, eso qué más da si lo necesario solo es poder justificar los dineros recibidos.
En noveno lugar, no sería mucho pedir que las administraciones que sufragan con pasta gansa todo esto, tuvieran criterios serios de su adjudicación y ejercieran su obligación de control de su ejecución y resultados. Pero claro, qué más da si lo que quieren y buscan no es otra cosa que su fantasmagórica aparición —siempre tardía y séquito incluido— en el auditorio, la subida al escenario, la recitación consabida y la foto mediática. ¡Y a otra cosa mariposa!
Por décimo, último y por ahora, que ya me he extendido demasiado, sería maravilloso aunque sea mucho pedir, que se procure no convertir estos eventos en meras ferias y festejos y romerías y cachondeítos que tan solo vulgarizan y banalizan en demasía el noble arte de la cocina. Pero claro, qué más da lo que yo piense y diga si la banalidad reina en todo y la gastronomía no es ya, principal y paradójicamente, más que ocio y negocio. El show debe continuar.
Estos mandamientos se resumen en dos: amarás a la Gastronomía sobre todas y a los cocineros como a ti mismo. Amén.
Ok. Pero, no hay duda de que algo anda mal en alguna parte.