Muchos son los que lo imitan, los que hacen un corta y pega de sus avances marítimos, de sus investigaciones, de sus platos e ideas. De su avante toda. Eso a él no le altera: si los imitadores ya las hacen, ahora ya no necesita hacerlas él, que lo hagan los otros. Yo me dedicaré a otras nuevas. Ahí os lo dejo. De corazón. Que los buenos vientos os acompañen. Buen provecho.
Eso significa no mirar ni atenerse a lo que está escrito, dicho o sabido. A él lo consabido le resbala por su piel anfibia. Él mira, él imagina, él idea, él estudia, se vuelve erudición marina para apartarse de lo establecido, para hacer de su capa un traje de hombre rana que experimenta con la realidad del mar que otros no han sabido ver. Y fantasea, muchas veces de forma surrealista.
Todo en el mar está, o lo estará según él vaya avanzando en su navegación, relacionado con el alimento. Esa es su clave. Sacar del gran mar todo lo que pueda ser o servir para dar de comer o alimentar a la humanidad. Para eso Ángel necesita estar en permanente contacto con "los grandes vientos cuyo soplo viene del corazón de las cosas". Por eso escapa/navega diariamente en su busca, hace de sí mismo carnada y pesca esa esencia de las cosas que ellos transmiten.
AL es un nuevo soñador de los que sueña hacia adelante.
Su rumbo es arduo y largo.
Es fácil perderlo.
Es fácil parecer vivir en la extravagancia.
Es fácil parecer excéntrico o loco.
Ángel va.
Y su nave va.
Y siembra pistas por las que volver. Estelas que no se han de volver a encontrar.
A veces, a la deriva va o lo parece.
A veces, se deja llevar por las corrientes.
A veces, se hace el muerto.
Es solo el fugaz descanso de la calma chicha.
Porque sigue soñando. Siempre.
Enseguida retoma la más leve brisa en busca de nuevo rumbo.
Para seguir intentando saber quién es.
Quizás pronto lo consiga, sólo quizá.
Porque él ve el mar de otra manera, puro cambio constante, pura expectativa.
Otros mares son posibles, él los sueña y trata de hacerlos realidad. Y lo consigue, poco a poco, uno a uno, tratando de agotar la mar en sus ensoñaciones y en sus elaboraciones.
Pero el mar es una inabarcable realidad cambiante, sin principio ni fin, contra la que él sueña a contracorriente.
Su imaginario marítimo, la mirada profunda y singular al mar para dar de comer aparta de su vista el gordísimo copo del pescado al que, en busca de alimento, el mundo entero lleva mirando toda la vida. Incapaz de ver más allá de la obvia pesquería que en la mar pudiera haber. Esa es su singularidad, su enorme valor, ese que algún día le hará ser reconocido por ello universalmente.
La pregunta aún sin respuesta es: cómo es posible hacer que un sentir tan específico, tan personal y complejo, y una sensibilidad tan intrincada, puedan llegar a toda la gente.
Porque aunque la brújula de su discurso señale a sus marismas porteñas y el Golfo de Cádiz, su ser es universalista, extraterritorial y ultramarino. Hoy, ahora, Aponiente es su casa, pero el mar no la tiene, y por ende él tampoco. Es un invitado en su propio lugar, del que entra y sale, que abre y cierra, él y el mar, un re-molino que marea, porque su sitio es el del mar y este abarca toda la tierra rodeada.