Hace unas semanas recibimos a unos amigos en casa. Solo eran dos, ya sabes cómo anda el patio últimamente y que, desde hace un tiempo, lo de llenar la casa de gente y recibirles con besos, abrazos y jolgorio, pues como que ya no. El caso es que una pierde práctica, y ya sea por el coronavirus o no, cada vez me cuesta más dominar ese bonito arte de ser una buena anfitriona.
Tenía que concienciarme, pues, y pensar en todo lo que iba que preparar para comer. Vale, eran solo dos, pero era una visita especial porque eran muy buenos amigos, era la primera vez que venían a nuestra nueva casa y nos iban a entregar su invitación de boda para este verano. Y claro, eso había que brindarlo, beberlo y comerlo como está mandado.
Brindar, beber y comer. Con esta premisa de buena anfitriona, mi cabeza rumiaba tal que así durante los días previos: "Unas cervecitas no pueden faltar, pero ¿y si preparamos también unos vermuts? No, ¡con cerveza y vino ya los tenemos conquistados! Y de comer, ¿compramos un buen jamón y montamos una buena tabla de quesos? Sí, eso fijo, ¡pero es poco! ¿Hacemos una tortilla de patatas o mejor un arrocito casero? No, espera, ¡si yo no sé guisar y mucho menos hacer una paella! ¿Y si pedimos algo y ya? No, que entonces van a pensar que nos lo hemos currado muy poco. Cocinemos, sí, algo casero mejor, sencillo pero hecho con amor. Vale, pues tortilla, jamón, quesos varios y pan, mucho pan, que llena y pega con todo. ¿Y qué tal un mix de hummus caseros? Yo soy muy fan, de todos los sabores posibles, pero ¿y ellos? ¡Sé una buena anfitriona y piensa en los gustos de tus invitados, no en los tuyos! Vale, pues hummus tradicional, no te pases de creativa. ¿Algo más?, ¿será poco? Vale, una empanada de verduras, unos champiñones rellenos al horno que me salen de vicio y con eso vamos más que bien, pero me falta algo. Claro, habrá que sacar algo de dulce para acompañar el café. ¿Hago un tiramisú? Eso siempre gusta, pero por si acaso compraré algún pastelito. Y si no, también tenemos fruta, tés y chocolate".
Con todo este lío en mi cabeza, compré, cociné, limpié y, en el último momento, encendí una varita de incienso. El toque de que todo estaba en orden y a la altura. Sí, estaba orgullosa y me sentía una buena anfitriona.
Entonces llegaron nuestros amigos, y cuál fue nuestra sorpresa cuando les vemos aparecer con tres o cuatro bolsas llenas de comida. Acababan de pasar por un horno y habían comprado un poco de todo; un poco de salado y un poco de dulce. Y pan, que llena y pega con todo.
"¿Gracias?", pensé. Creo que mi cara fue la viva imagen de la desilusión, aunque también de la decepción y un poco de la rabia. ¿Debía mostrarme agradecida por el detalle?, o por el contrario, ¿debía sentirme ofendida por el hecho de que pensaran que no íbamos a preparar nada? Cuando alguien viene a tu casa a comer, ¿hay una especie de tensión no resuelta entre quién debe ser más educado y quién debe dar de comer, si el que recibe al invitado o el invitado propio?
En cualquier caso, en solo dos segundos yo había perdido todo mi empoderamiento de buena anfitriona. La ilusión con la que cociné se esfumó como lo hacía el incienso, y solo me quedaba cantar nuestro menú sin menospreciar todo lo que ellos habían traído y servido ya sobre la mesa, de no sé qué horno de no sé dónde. Nosotros, entonces, nos limitamos a la parte del beber. Al menos, las cervezas y el vino sí se bebieron y se brindaron.
Al final, y pasada mi pataleta, entendí que para ser una buena anfitriona solo basta con lograr que tus invitados se marchen con ganas de volver. La comida es parte importante, sí, pero no es el todo como sí lo es el hacerles sentir como en casa, a gusto, tal y como te gusta que te traten a ti cuando eres el invitado. Y esto nosotros, con tuppers listos para toda la semana, creo que lo logramos sobradamente.
En cualquier caso, seguiré practicando como buena aspirante a anfitriona.