Nos vemos en los bares. Quizás sea ésta la frase hecha que intrínsecamente y con mayor ansia asoma a sus resecas gargantas desde el sediento espíritu de los españoles. La ley seca con la que la pandemia reinante ha coronado nuestro habitual día a día así lo ha impuesto. La ha hecho viral desgraciadamente. Nos ha hecho unos desgraciados. Sí, porque el españolito de a pie pierde toda su gracia sin nuestros bares. Sin su bar no suma, no es nadie.
Qué sería de nosotros sin el cafelito mañanero, sin mollete con aceite, sin pan tumaca, sin churros ni porras, sin tostada con manteca colorá. Qué sería de nosotros sin el esmorzaret de media mañana. Qué sería de nosotros sin sentir en nuestro gaznate el paso de ese primer gran buche de una caña bien tirada a la hora del aperitivo. Qué sería de nosotros sin ese deambular tan sabio y refinado que es el tapear de bar en bar, el comer de tapas o pinchos.
Qué sería de nosotros sin poder ir de vinos, sin chatear, sin poder hacer dar vueltas a una manzanillita en su catavinos. Qué sería de nosotros sin poder picar algo en un chiringuito o sentados en una terraza. Qué sería de nosotros sin poder repetir en público el chiste o el chascarrillo del día, el no poder gritar la alegría o el cabreo del continuado y eterno devenir de nuestro equipo. Sin poder escanciar una sidrina en el bagre con el Teledeporte puesto. Qué sería de nosotros sin esa media de pulpo, sin poder pedir un pincho de tortilla o sin poder coger una gilda o el pintxo que nos apetezca. Qué sin poder hacer la correspondiente crítica de la razón pura de la ensaladilla rusa.
Qué sería de nosotros sin el bar del pueblo, sin el colmado o la abacería, sin la venta o el bar de carretera, sin el bar de la esquina. El bar es la caña de España. El bar es el retrato de España. El bar es España.
Sin embargo, en ello andamos, la realidad vuelve a superar a la imaginación, lo estamos viviendo, lo estamos viendo, porque así está esta España nuestra: en-cerrada a cal y canto. Reservado el derecho de admisión. Se prohíbe escupir. Se prohíbe cantar. Aquí no se fía.
Bien, pues borren ustedes esa sonrisa sabia que todas y cualquiera de estas imágenes evocadoras les han traído al gesto. Y tuérzanlo porque la cosa no está para bromas. Preocúpense. Y mucho. Estamos embarcados en una tragedia adicional-nacional en la que muchos establecimientos de toda esta red, de este ibérico entramado, corren el peligro de desaparecer y con ellos el comedido bienestar de los cientos de miles de personas y familias que lo conforman, sostienen y hacen posible.
Los perversos ERTEs, los aquellos malévolos protocolos y medidas higiénico-sanitarias y las despreciables trabas burocrático-bancarias que hacen imposible el acceso al pequeño dinero por el pequeño empresario de la restauración, van a matarlos de golpe y porrazo, sin anestesia y sin remedio. La inexistencia de liquidez de esta ley seca los dejará morir de sed primero y de hambre después.
Más a más, las globales, grandes y potentes marcas extranjeras de la franquicia están tirando subrepticiamente de cartera para trincar un gran trozo del pastel. Siempre al acecho y dispuestas a hacer de este agosto su agosto, van a aprovechar la ocasión para deshacerse de la competencia auténtica y rabiosamente hispánica que ha conformado el grueso de nuestros bares y que, hasta ahora, venían cortándoles el paso con su bien cimentado muro de contención. El tío Gilito va a inundar de McPatos nuestras calles. En vez de ir de tapas, vamos a tener que ir de hamburguesas. En vez de ir al paso lento de la cocina de nuestros productos cercanos, vamos a tener que ir a la carrera del lejano far&fast food.
¡Yo acuso! Todo esto conlleva el perjuicio, la penalización y discriminación de los más vulnerables, de los débiles de la cadena hostelera, de aquellos que han venido durante décadas forjando el carácter culinario de España, nuestra cultura gastronómico-popular. Nuestra seña de identidad, nuestra manera de vivir y entender la vida. Y también uno de nuestros principales atractivos turísticos. Nuestros bares son el máximo común denominador de nuestra idiosincrasia, el elemento aglutinador que nos une. Sin ellos se nublaría el sol de España, se nos diluiría la sangre española, migraría la alegría sureña y se nos difuminaría el alma ibérica.
Apelo a la historia. Llamo al orgullo nacional. Esta es la batalla. Esto es Numancia. ¡Bar y cierra España!