Una muda de ropa interior y un revólver fue todo el equipaje que Annie Londonderry necesitó cuando inició su vuelta al mundo en bicicleta en 1894. Cuatro meses después, en el momento que los periódicos vaticinaron su fracaso, decidió hacer dos cambios: sustituir su larga falda por unos bombachos y hacerse con una pistola más ligera. Atravesó fronteras y guerras, sufrió ataques y lesiones, aprendió sobre la marcha cómo rentabilizar la gesta y, por supuesto, logró su objetivo. En un diario del sudeste asiático escribieron: "su rostro estaba quemado por el sol, y había una fuerza de voluntad latente, por no decir una agresiva independencia (...), la dama no era una turista común".
No, no era una turista común, como tampoco lo fue Elizabeth Robins Penell, otra nueva mujer, como popularizó el literato Henry James. Llegué a Elizabeth hace año y medio, mientras seguía la pista de una antigua receta. Vivió entre dos continentes y dos siglos, y pasó a la historia como coleccionista de recetarios, aunque en vida ejerció como prolífica escritora de biografías, arte, viajes y culinaria. Masticar sus palabras es conocerla de una manera casi íntima, ya que se adelantó a M. F. K. Fisher en el uso de un yo gastronómico sin concesiones, apabullante, moderno, combatiente, contradictorio y humano. Pocos la leemos y nadie la referencia, lo cual empequeñece nuestra mirada como gastrónomos, porque el hecho de que una mujer a finales del siglo XIX reivindicara la gula como virtud es más revolucionario que cualquier aforismo de Brillat-Savarin.
Elizabeth Robins Penell también viajó en bicicleta. Fue la primera mujer en alcanzar nueve puertos alpinos en una semana, y en unir Florencia y Roma. Trabajó con su marido en tándem, literal y figuradamente. Ella escribía, él ilustraba y juntos brindaron cuadernos donde se abogaba por el viaje sentimental, que nada tiene que ver el romance, sino con dar más importancia a la conversación con los lugareños que al mapa. Como el resto de sufragistas, asimiló el pedaleo con la emancipación de la mujer y escribió odas a la bicicleta de este tamaño: "suya (de la mujer sobre ruedas) es toda la alegría del movimiento, que no debe subestimarse, y los largos días al aire libre. Y todas las alegrías y la aventura y el cambio. Suyo es el delicioso sentido de independencia y poder, el encanto de ver el país de la única forma en que se puede ver".
A pesar de las críticas de los sectores más conservadores y sexistas, de las sátiras publicadas en los periódicos y de las contraindicaciones que algunos médicos infundieron sobre su uso, la bicicleta se convirtió en un símbolo de libertad, salud y seguridad. Por aquel entonces, precisamente, la autora Lady Eastlake alegó que los hombres viajaban movidos por el qué y el dónde, mientras que las mujeres lo hacían por el cómo y el porqué. No me cabe la menor duda, al fin y al cabo la mayoría de las mujeres no habían atravesado solas los límites de sus barrios o de sus pueblos, por lo que ni las motivaciones ni las metas podían ser las mismas. Sin embargo, más de un siglo después, el rol de conquistador ya no depende tanto del género, sino de lo que se entiende por viajar, por turismo y, sobre todo, de la relación que cada uno establece con el entorno.
Sin bombachos, sin revólver y sin que ya nadie se burle de ellas, el colectivo Biela y Tierra mantiene vivo el espíritu de las primeras ciclistas, pero añade un nuevo concepto: la narrativa de la soberanía alimentaria. Un proyecto que cree en la alimentación como motor de cambio y que ha llevado a la doctora en Ingeniería Química y Medio Ambiente Ana Santidrián y la bióloga Edurne Caballero a pedalear 3.000 km por el norte de España para mostrar las caras, el terruño y los oficios de quienes producen de manera sostenible. Por todo ello, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación le acaba de otorgar el premio Alimentos de España 2019 a la Mejor Comunicación, lo cual es toda una declaración de intenciones por parte de una institución que nos tenía acostumbrados a otro tipo de galardonado. Al fin y al cabo, premiar un proyecto sin ánimo de lucro que se apoya en el micromecenazgo y se declara ecofeminista es tan revolucionario y sintomático como cuando la categoría quedó desierta en 2016.
Como cantaba Patti Smith, venid con vuestras bicis oxidadas, que romperemos todas las reglas.