El otro día en el fondo de un cajón -vamos, entre la colección de likes de Twitter clasificados por géneros- caí en una entrevista que el año pasado Cristina Jolonch le hizo a Bittor Arginzoniz (Etxebarri) en La Vanguardia. La entrevista, recordé como acto reflejo, fue dispensada con profusión porque Arginzoniz en lugar de pelotear con recursos de primero de mercadotecnia, arreó adusto y sincero un "me siento solo y saturado. Muy saturado". Un cocinero que en lugar de soñar, crecer, expandirse, recrear, inspirar… decía estar cansado, agotado, sin energía. Hasta las pelotas de todos vosotros, pudo haber dicho también.
Y pensé que, a lo mejor, no solo es Bittor Arginzoniz. Pensé en todo lo que les estamos pidiendo a los cocineros.
A los cocineros les pedimos que cocinen. Para empezar. Que cocinen más -para poder reservar con más facilidad, que cocinen mejor -mucho mejor-, que cocinen el más difícil todavía antes de que nos entre el aburrimiento instantáneo entre plato y plato, consumidos por una adicción a la novedad que ni nuestras sobrinas las de TikTok. Que cocinen caro, porque si no parecerá que comemos barato… pero que no cocinen muy caro, porque de lo contrario no podremos pagarlo.
Les pedimos que lideren, que no sean ramplones cocineros sin discurso. Que tengan uno, bien cañero, un storytelling niquelado que del género pase al producto, que la técnica sea emocional, repleta de matices. Que nos susurren por stories haciéndonos coaching agazapados tras la cocina. Si puede ser, que nos canten sus recetas paso a paso, como un monitor de zumba bien cargado de eneldo.
También les pedimos que sean buenos líderes empresariales. Ejemplares. Sin fisuras laborales. Todo en regla. Ordenaditos los quiere Dios. Un ejemplo para la sociedad. Queridísimas figuras del entrepreneur patrio. Un ejemplo para tu hijo chiflado el que quiere salir en MasterChef Junior. Que no desbarren, que no tengan un mal día y no le digan por Tripadvisor a la cretina del quinto de qué mal tiene que morir. Que no beban demasiado ni tengan deudas. Que estén siempre en su cocina, de titular, no vaya a ser que vayamos un día y no podamos soportar su ausencia.
Ah, y cuidado con no querer ganar demasiado. Que nada se vaya de madre. Para eso ya tienen todos estos restaurantes de marca que han creado alrededor del gastronómico para sablarnos a base de bien. Uy, ¡con la que está cayendo y no baja el menú!
Evidentemente también les pedimos a los cocineros que sean ecoresponsables. O al menos, que nos lo digan. Que tranquilicen nuestro atribulado consumo con una cocina circular que garantice que la anguila no infringió ninguna norma del tráfico marítimo en su viaje por los mares del sur. Territorio, territorio, territorio. Que, ya que no estamos dispuestos a rebajar nuestro nivel de vida, al menos el cocinero sea quien calme nuestro remordimiento de conciencia con todo un masterplan de sostenibilidad.
Solos y saturados, así es como van a acabar los cocineros por nuestros caprichitos expansivos.