Dabiz, sé que me lees -gracias- y espero que también leas esto, porque hay algunas cosas que quiero decirte. La primera, que casi se me saltan las lágrimas -exagero- después de leer tu entrevista con mi compañera Cristina Jolonch. Dicen los viejos del oficio que las buenas entrevistas siempre son mérito del entrevistador que sabe hacer las preguntas correctas. Quizás sea verdad, no lo sé. Entre los muchos defectos que me adornan se incluye de serie el de ser un entrevistador horrible. Pero, bueno, ¿qué es un clavo más para el ataúd?
En todo caso, el entrevistador siempre agradece encontrar vida inteligente al otro lado -o como mínimo sensatez- y en gastronomía -como en todas partes- hay un poco de todo. Como en los estantes de los boticarios, en los que a veces hay demasiado cianuro, demasiado azuquitar y muy poco bálsamo para el alma.
Y te dirán -nos dirán- que, claro, que es muy fácil decir todo lo que dices en esa entrevista desde tu posición de privilegio que, por otra parte, tú mismo reconoces. Pocos dirán, porque la envidia es muy mala, que ese lugar de privilegio te lo has ganado a base de trabajar mucho y arriesgar más. Nadie se acordará de cuando dormías en un colchón tirado en el suelo de tu primer local.
Pero bueno, nada nuevo bajo el sol. Los dos sabemos que durante mucho tiempo tuviste que soportar intentos, torticeros y malintencionados, de desmerecer lo que hacías, porque había -y supongo que aún hay- gente que no soportaba la idea de que te estuvieras convirtiendo en, digamos, un cocinero distinto. Hay reinonas que llevan muy mal dejar de serlo. Y el mundo está lleno de herederos sin trono.
Al final, eres un verso libre porque te da la gana o porque el mundo (gastro) te ha hecho así. A veces faltón, sobrado y más chulo que un ocho, pero creo que te has ganado el derecho a ser como te dé la gana. Y es encomiable que uses esta posición de privilegio para decir las cosas que has dicho, sin esponsors de por medio, a pelo.
Un tipo que habla de cómo las marcas utilizan a los cocineros para sus propios intereses, incluso con esta mierda de pandemia que nos asuela -mira que hay que ser miserable- disfrazando de falsa solidaridad lo que es sólo vil marketing o que habla de empatía y de que la hostelería sois todos, merece todo el respeto del mundo. El rabo, las dos orejas y vuelta al ruedo.
Un cocinero que no se instala en la queja, que entiende que no es el mejor de los momentos para "estar dentro de un restaurante comiendo sin mascarilla, cuando ya está demostrado que uno de los problemas es la transmisión del virus por aerosoles", merece la gratitud de alguien como yo que -como tantos otros- ha perdido a un ser muy querido por culpa de este virus. Gracias Dabiz.
Porque es cierto que en los restaurantes hay pocos brotes, pero cuando los hay son los lugares en los que hay más infecciones por persona portadora del virus -hasta 18 dicen las estadísticas del Ministerio de Sanidad-. Tan verdad como que hay muchos locales que han hecho las cosas bien y por eso es muy injusto que estén cerrados, pero también ha habido quien lo ha hecho rematadamente mal y ahora son los que, curiosamente, más se quejan.
Por mi se podrían ir a tomar por culo, la verdad, pero es igual. Tienes razón, y todos merecen ayuda, comprensión y esa empatía que reclamas. Todos la merecemos, porque si no tejemos redes de solidaridad mutua esto se va a la mierda. Y cuando digo esto, no me refiero sólo a la hostelería. Como bien decía Jorge Guitián hace unos días, esto no es una guerra. Ha habido demasiado qué hay de lo mío, cuando hubiera habido de haber mucho más qué hay de lo nuestro, de lo de todos. Y, por contra, ha habido espectáculos bochornosos.
Quiero leerte entre líneas y pensar que vemos esto de la misma manera. Que ambos estamos convencidos de que esta pandemia de mierda nos afecta a cada uno de nosotros no sólo porque jode a nuestro sector o a nuestros negocios, sino porque nuestros amigos, nuestros padres, nuestros vecinos, el tendero de la esquina y quien sabe si nuestros hijos, nadie -en definitiva- vamos a ser los mismos. Y estamos asustados. No deberíamos vivir con miedo, pero nadie nos enseña, ni aprendemos, ni siempre es fácil.
Y quiero pensar que gracias a cosas como las que has dicho y las que, por ejemplo, también ha dicho Francis Paniego -un tipo de los que en Catalunya diríamos que és de pedra picada- todo puede ser distinto, y que aunque la situación es dura, durísima, para tantos y tantos negocios y para tantas y tantas familias -o precisamente por eso- hay gente capaz de ver más allá de sus narices.
Pues nada más Dabiz, tío. No sé por qué, ahora me acuerdo del día que te enfadaste conmigo porque en un artículo -después de mencionarte mil veces por tu nombre, tu nombre de guerra o tu apellido- me referí a ti como el novio de la Pedroche y te cabreaste como una mona. Que no te dejabas la vida en lo que hacías mil horas cada día para que viniera yo a llamarte así, me dijiste. En ese momento pensé que se te iba un poco la pinza, la verdad. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que -como te decía más arriba- te has ganado el derecho a que como mínimo se te respete.
Habrá quien piense que detrás de esta carta solo hay interés en darte jabón y coba. No saben estos, el nivel de sudapollismo que me despierta cada vez más el circo gastro, así que...
Y nada, saludos a Cristina, y a ver si nos vemos un día y nos vamos a cenar o tomar unas copas. Soy un entrevistador horrible, pero siempre he querido tener la oportunidad de sentarme contigo, de forma distendida, y charlar. Simplemente charlar.
Un abrazo fuerte
Albert