A media mañana me encuentro con una notificación en Twitter: "Hablando de recetarios de señoras ¿alguien sabe quién pudo ser esta Charo que escribió Recetario Elemental de Cocina Práctica?", escribía Ana Vega, enlazándome junto a otros usuarios para ver si tenía algún dato.
No destriparé el trabajo de Ana, que hace un esfuerzo enorme para recuperar y reivindicar nombres y obras olvidados y que estoy seguro que escribirá sobre esto en breve. Basta decir que, con la ayuda de algunos otros usuarios que se sumaron a la conversación, salió un nombre. Y resultó que ese nombre podía ser el de una pariente lejana mía. Un par de WhatsApps intercambiados con Ana, alguno más con mi madre, un par de llamada de esta última a una tía suya y se confirmó la hipótesis.
Este texto no habla ni de esa persona ni de esa obra. Esa es labor de Ana y yo sólo me limité a confirmar un dato. Este texto habla de los silencios, de los nombres que no han existido durante décadas y de las repeticiones. ¿Cómo es posible que tenga una pariente más o menos lejana que escribió un libro de cocina en Vigo y que yo, que llevo 20 años dedicándome a esto y prestando especial atención a la historia de la gastronomía en Galicia, no supiera nada?
Por torpeza por mi parte, sin duda. Y por haberme ceñido a la herencia recibida. Por creer que ya casi todo está escrito y que las fuentes son infalibles. Ese es mi gran error. El mío y el de todos los que no nos hemos cuestionado la autoridad de los grandes nombres de la investigación gastronómica.
Aquellos autores, los Clásicos, así, con mayúscula, tienen una importancia innegable. En muchos casos abrieron el camino y marcaron la dirección. Pero se nos olvida que eran humanos, que tenían sus limitaciones y, lo que es casi igual de importante, sus manías y sus antipatías. Omitieron nombres por descuido, a veces también, imagino, conscientemente; en ocasiones llegaron a conclusiones precipitadas y las prefirieron a asumir que no habían dado con el dato, con el nombre o con la explicación correcta. No es grave: del mismo modo que tenemos que hacer una relectura crítica, debemos tener en cuenta el contexto y el momento. No es igual haber hecho algo así en 1940 que en 2023.
Pero es por esto por lo que creo que es importante debatir el concepto de autoridad y revisar sus implicaciones, porque si no lo hacemos, nos ocurrirá como con tanta gente que llegó después y que se limitó a dar por cierto lo que ellos publicaron, construyendo a partir de ahí sus hipótesis y sus discursos. Y esto ha llevado a que si el autor original omitió un nombre, ese nombre haya desaparecido de los relatos posteriores, a que si se equivocó en un dato, ese dato siga repitiéndose una y otra vez hasta el día de hoy; si no quiso mencionar el mérito de alguien en concreto, esa persona haya quedado diluida de ahí en adelante hasta, en algunos casos, desaparecer.
E, insisto, esto es posible junto a muchas otras aportaciones de enorme mérito. Los seres humanos somos así: podemos hacer grandes cosas y, al mismo tiempo, despistarnos con otras. Estamos sujetos a nuestro tiempo, a nuestro bagaje, a nuestras limitaciones y a nuestras miserias, algo que es importante no olvidar para resituar, para contextualizar y para tener claro que hay que seguir cuestionándose afirmaciones que venimos dando por ciertas y que tenemos que continuar rastreando a autores —sobre todo a autoras— y obras que pueden estar ahí aunque no las veamos.
El caso que Ana sacaba a la luz es explícito: la autora en cuestión seguramente no es la más importante ni de su época ni entre quienes han publicado en Galicia sobre cocina. Ni falta que hace. Es parte del discurso gastronómico, su obra es el fruto de una época y documenta determinado tipo de gastronomía. Nos ayuda a entender el momento y su relación con la alimentación. Y por eso debe ser parte de la historia gastronómica, de ese relato que tenemos que seguir investigando, porque el nombre de esta mujer es, sin duda, solamente uno de tantos que fueron quedando al margen.
No sé si se debe a nuestro bagaje cultural católico, pero lo cierto es que tendemos a lo hagiográfico, a construir relatos de héroes y santos que no se equivocaban nunca, que estaban en posesión de la verdad y que lo sabían todo cuando seguramente sería mucho más interesante entender su aportación como valiosa aunque falible, revolucionaria aunque necesariamente incompleta, para seguir tratando de ampliarla.
Lo contrario nos lleva con frecuencia a ese callejón sin salida en el que repetimos los mismos nombres, las mismas fuentes y los mismos datos generación tras generación, sin preocuparnos de si son ciertos, falsos, parciales o incompletos. Y eso es la anti-historia, la absoluta falta de método investigador que lleva a conclusiones falsas o a que, en 2023, sigamos sorprendiéndonos con nuevos nombres que estaban ahí y hacia los que llevamos décadas empeñados en no mirar.
Así que gracias a Ana por dar con esta obra y a la gente que se reunió alrededor de su pregunta en Twitter por ir haciendo aportaciones que ayudaron a identificarla y a situarla. Ojalá este sea sólo uno de los muchos ejemplos que vayan sucediéndose y que nos ayuden a construir un relato histórico más completo, más plural, más diverso y cada día más rico.