Cocinero, tú -sobre todo- cocina. Que nada más ocupe tu mente, tu cuerpo y tu alma que no sean los fogones. Y hazlo como de verdad creas que debes hacerlo. Si tu cocina no nace de la sinceridad y de la honestidad contigo mismo, la cosa no irá bien.
Olvídate, tú y todos, de los que hace 35 años -cómo pasa el tiempo- decían que la creatividad era no copiar y ahora dicen que bueno -y cito literalmente- que el fundamento necesario de la creación es la copia. Que la creación desde cero es algo solo reservado para los elegidos y -vuelvo a citar casi literalmente- para Dios; y que copiar a los maestros es lo que deben hacer los que como tú no están tocados por el espíritu santo cocineril. Tú, yo y todos sabemos a qué Dios y a qué maestros se refieren. Y hasta puede que tengan razón, porque los humanos aprendemos por imitación. Pero también sabemos por qué lo dicen.
Pasa. No conviertas la creatividad en un mantra, una meta, ni en un fin, ni en la razón de ser de tu cocina si no te sale de forma natural. No hay ninguna obligación de ser creativo. Es más, hasta puede ser que la creatividad -palabra usada, abusada y gastada- esté pasadísima de moda y que lo auténticamente rompedor, novedoso y revolucionario esté aún por llegar o que no llegue nunca. A fin de cuentas, ¿qué es la creatividad? Sí un día es no copiar y al día siguiente todo lo contrario, ¿qué narices es la creatividad?
Además, a la mayoría de los que van a llenar tus mesas -y ahora yo también hablo de negocio- les va importar una higa que seas creativo, mientras les cocines rico. Cocina rico, por favor. Y no te creas que es tan fácil. Una vez hablando con un cocinero que yo creía que merecía la estrella Michelin que no tenía, me dijo que le importaba una mierda tener o no tener la estrella, que él quería tener lleno el libro de reservas. Fue una revelación.
Así que compra, cocina rico y sirve el mejor producto que te puedas permitir. Y, sobre todo, que se puedan permitir tus clientes. No hace falta que todo esté debajo de un montón de caviar o de trufa. No hace falta ser un hortera para ser un buen cocinero. Al contrario. Y tampoco, de ninguna manera, tu preocupación debe ser si hacer la liebre a la royal a la manera del senador Couteaux o a la de Carême.
No te vuelvas loco porque los críticos vengan a tu restaurante y escriban sobre él. Si vienen, comen, pagan, escriben y lo hacen de forma elogiosa, estupendo. Sobre todo si alguno se atreve a pedirte que le pagues el AVE, una noche de hotel y unos eurillos por sacarte. Especialmente a estos, ni en pintura. O a los que tienen la mala costumbre de no pagar la cuenta ni cuando van con la familia a celebrar el cumpleaños de la suegra. Y las agencias de comunicación, tan lejos como puedas.
Deja que las cosas se sucedan de forma natural. No por mucho correr, se llega antes. Será más lento, sí, pero será mejor para ti, para tu salud mental, para la de tus empleados, y al final será mejor para tu negocio, porque cuando los críticos se fijen en ti, tú ya serás un cocinero asentado, tu negocio irá viento en popa, y lo que escriban o dejen de escribir te importará bien poco.
Por eso huye como de la peste de los elogios fervorosos como de las críticas pavorosas de, por ejemplo, las redes sociales que son a partes iguales una cueva de aduladores desmedidos sin criterio y un pozo de llorones. Sé dueño de tu propio destino. Ten claro que probablemente no eres tan buen cocinero como crees o como algunos, de forma muy interesada, te quieren hacer creer que eres. Date la posibilidad de equivocarte, de que un día las cosas no salgan bien y de que algún cliente, con toda la razón del mundo, salga cabreado de tu comedor. No pasa nada. Date la oportunidad de equivocarte y sobre todo de rectificar. No lo pagues con nadie, ni tan solo contigo mismo.
Y por encima de todo, cocinero, lo que puedes hacer es coger todos estos consejos que te acabo de dar con mis huevos morenos, imprimirlos y limpiarte el culo con ellos. Recuerda. Sé dueño de tu propio destino y que ni Dios -sí ese- ni mucho menos yo vengamos a decirte cómo tienes que llevar tu negocio, porque el culo y el dinero que están en juego son los tuyos.