Codito-codito

Artículo de Gemma Bargues
Vivimos una nueva normalidad que poco o nada tiene de normal. ¿Se ha visto la gastronomía abrumada por un exceso de medidas de seguridad? De exceso nada, diría yo.
Por Gemma Bargues
09 de julio de 2020

Después de que la luz del final del túnel empezara a asomar la patita para muchos restaurantes y bares de España, era el momento de que nosotros, los comensales, también lo hiciéramos. Los mismos que hace unos meses sentíamos que nos habían arrancado un brazo al negarnos un derecho muy nuestro: el de salir a comer fuera de nuestras fronteras, que no eran otras que las cuatro paredes de nuestra casa.

Pues ya está, ya lo hemos hecho; ya no hay fases, ni desescaladas, ni estados ni alarmas. Solo guantes, mascarillas para todos los gustos, gel desinfectante a mansalva y una "nueva normalidad", que por cierto, sigo sin tener ni puñetera idea qué significa.

Por lo que yo entiendo y veo a mi alrededor, esta nueva normalidad podría definirse como un estado permanente de querer hacer las cosas bien y ser prudente, al mismo tiempo que haces como que no pasa nada, que igual habíamos sido engañados y todo esto no había sido más que un sueño de Resines. Lo que viene siendo una estupidez y una contradicción en sí misma. Primero, haz las cosas bien porque, segundo, sí pasa. Ya lo decía bien mi compañera Alexandra Sumasi en este mismo medio: "lo que veo es mucho amor y escasa prevención."

Toda la razón, porque sí pasa. Pasa que no sabemos qué ni cómo actuar ante un bicho que -aunque no lo veas- sigue campando a sus anchas, y a las nuestras también.

Ejemplo: hace unos días quedé con unos amigos para comer en un restaurante. No nos veíamos desde hace medio año y había ganas, muchas, de arrumacos. Pero no, lo que hubo fue codito-codito para saludarnos y despedirnos. Bueno, bien, prudencia, "coneixement". Pero, ¿de qué sirve esta prudencia cuando, entre medias, estos mismos comparten vaso de caña, piti, gafas de sol o teléfono móvil? No lo entiendo, pero eso sí, codito-codito.

Y en este mismo restaurante, pasa otra cosa: el camarero. Desinfecta la mesa y las sillas a conciencia, bien. Pero lo hace mientras me habla a menos de un metro de distancia con la mascarilla perfectamente colocada en la barbilla. Mal, muy mal. ¿Se lo recrimino? No, seguramente, porque mi mente prefirió considerarle Covid free y abandonarse a esto que te decía de la nueva normalidad, las estupideces y las contradicciones varias.

¿Otro ejemplo? Sucede cuando voy hacer la compra y me percato de que en la entrada del supermercado, ni rastro de guantes. Me dice la cajera que su uso ya no es obligatorio y yo, en lugar de aliviarme, me alarmo. ¿De verdad estamos preparados para que todo sea manoseado por todos sin que pase nada?; ¿qué sentido tiene que no nos pongamos guantes, pero sí controlen el aforo con un ridículo semáforo en la entrada? (esto es real, tienes que esperar a que se ponga en verde para entrar); ¿de qué sirve la distancia de seguridad en las colas de las cajas, cuando en las de pesar la fruta y la verdura no existe?

El seguridad llama la atención de unos cuantos: "señora, haga el favor de separarse un poco más", "señor, súbase la mascarilla". Pues esto pasa, que a la mínima de cambio, nos hemos relajado y nos hemos dejado llevar por una nueva normalidad que poco o nada tiene de normal.

Ojalá más pronto que tarde terminemos por aclararnos y rememos todos en una misma dirección. Que esa prudencia que pedía mi compañera Alexandra a la gastronomía suceda. Que si saludas a tus amigos con el codo, no me invadas después a mí cuando esté pesando mis tomates, gracias; que si desinfectas la mesa y las sillas de tu restaurante, te pongas la maldita mascarilla como está mandado. En definitiva, que si quieres cuidar a los demás, empieces por cuidar de ti mismo.

No hace mucho alguien me dijo que solo sabrán adaptarse a esta crisis -emocionalmente hablando- quienes la vivan desde el amor y no desde el miedo. Vale, no al miedo, pero sí al sentido común y a la empatía como freno de mano para ser más cautelosos. De lo contrario, mucho me temo que esas fronteras de las que te hablaba volverán a ser nuestras mejores amigas. Ay, codito-codito.