Ni todos los españoles vamos a los toros, ni todos bailamos flamenco, ni todos apostamos por las tapas, aunque lo parezca. No deja de resultar curioso que el gran cocinero catalán Ferran Adrià, que consiguió poner la gastronomía española en lo más alto, fuera el que dijera que «las tapas son nuestra gran bandera». Y digo curioso porque en la época en la que él se crio, las tapas en Barcelona para comer (no así para el aperitivo) eran como un unicornio, al igual que las raciones para compartir.
No fue como hasta los años 90 cuando surgió en Barcelona algún que otro bar de tapas, incluso alguno en el Passeig de Gràcia, como el Tapa Tapa que abrió en 1993. Pero antes de ese comienzo del boom, nadie salía de tapas, comíamos o cenábamos un primero y un segundo, de modo individual, y las pequeñas porciones de comida solo existían para el aperitivo. Incluso en la Barceloneta, donde la profusión de bares era importante, estos estaban llenos para aperitivear. Ya a la hora de la comida tocaba un arroz o un pescado.
Lo de las tapas y las raciones lo empecé a vivir en Madrid a principios de los 2000. En esa época conocí las largas jornadas en las que salía de casa a la una y no volvía hasta las 12 de la noche. Aperitiveada, almorzada y cenada. Una jornada intensa en la que la actividad principal era comer y beber. Comer de tapas y raciones, de pie, en torno a una barra llena de gente y pisando servilletas y cáscaras de gambas. ¡En Madrid era toda una costumbre!
No negaré que los primeros días esta nueva costumbre me resultaba divertida, pero no duró mucho la cosa. En realidad, malcomía, y el pelearme a codazos por un trocito de barra no era lo mío. Tampoco el comer de un plato a ocho manos, expuesto a los efluvios de todo el bar, me resultaba atractivo. Lo típico en Madrid era eso, aunque con el tiempo la oferta se fue sofisticando y se impuso el tapeo de mesa. Y después de aquello, llegó la comida para compartir: en restaurantes de mesa y mantel se impuso que los primeros fueran para compartir, y los segundos, si acaso, un plato individual.
¿Y a qué viene todo este rollo que les estoy metiendo? Por un lado, porque quiero afirmar que las tapas no son insignia nacional. Si acaso, de algunas zonas de nuestro país. Y el comer de tapas, en contra de lo que parece, no es la opción más extendida.
Aunque lo que sí se ha impuesto, e imagino que, por una cuestión económica, es el compartir platos, pero ni de lejos esta costumbre es española de siempre, por lo menos no en toda España.
En mi caso, aunque no he visto en la vida Friends, le agradezco al compañero Albert Molins que en uno de sus artículos sacara a colación una máxima de un personaje: “la comida no se comparte”. Y señores, estoy de acuerdo. Mi plato, es mi plato.