Tras las ilusiones de la nueva cocina vasca, el Bulli de los Adriá/Soler fue el Big Bang de la gastronomía española de cuyo estallido surgieron las múltiples estrellas que dieron fulgor y resplandor mundial a las gastronomías de España, entonces bien entendidas como amor ilimitado y pasional por la cocina y la comida. Divinos tiempos de felicidad y Roses.
Pasado un tiempo, nos dio por inventarnos un nuevo concepto de gastronomía que abandonó ese bello significado para venir a significar algo muy distinto. La puta realidad dio entrada al dinero, la política y sus poderes. Nació en España una gastronomía suprema donde todo tenía cabida, que vestimos de multidisciplinariedad, polivalencia, transversalidad y otros pluris con las añadidas disciplinas rimbombantes que fueren necesarias para engordar en intensivo al omnívoro monstruito recién nacido. Éste, a base de engullir y devorar absolutamente todo cuanto se le acercaba a la boca, sin distingos ni remilgos, se hizo en tiempo récord, la bestia glotona, trituradora y derrochadora que es nuestra hoy fea, otrora bella, gastronomía.
Que esa gastronomía lo pete en los medios, las televisiones, las casas, las redes, etc., no conlleva ni el buen gusto ni el buen conocimiento de la cocina, sino tan sólo hace prueba del buen caldo de cultivo y crianza que para sus adoctrinados cachorros es esta sociedad consumista a ultranza en la que nos ha tocado vivir, siempre a paradójico caballo, es obligado recordar, entre la abundancia de coste desmesurado sólo al alcance de los ricos y la mortífera hambruna que aún hoy somete tan cruelmente a los pobres.
Centrada en lo socio-económico, sometida a lo políticamente correcto, más adocenada que una docena de docenas de huevos rotos, focalizada en las conveniencias, instrumentalizada en favor de espurios propósitos siervos de la codicia, altamente tecnificada e industrializada en pro de la quinta y demás gamas por venir, etc. etc. pero siempre regodeándose en el juego de las apariencias, la gastronomía ha abandonado la búsqueda de la sabiduría para centrarse principalísimamente en la manipulación. ¡No le cabe ná!
Nada, en mi opinión, tiene que ver con ese buen gusto y ese conocimiento gastronómicos a los que me refiero, esta generalización indiscriminada de la gastronomía derivada de un desmedido afán consumista-economicista que la ha idiotizado y mercantilizado hasta tal punto que se ha devorado a sí misma.
¿Está todo perdido? Creo que no. Aún hay un bien nutrido y selecto grupo de buenas gentes de la gastronomía verdadera que la siguen amando de corazón, que aprecian como lo que más “la mano de cocinero“, que quieren dar bien de comer, que abundan en la originalidad, que ofrecen nuevas interpretaciones, que contribuyen al fomento y vida de la cultura culinaria, que aún creen y luchan por hacer realidad aquel ya viejo pero no por ello menos deseado propósito de la democratización de la alta cocina, que son capaces de abrir sus sentidos a nuevas y diferentes sensibilidades que alimenten sus cabezas, las llenen de más conocimiento y las mantengan sobre sus hombros con el suficiente equilibrio estable que les de la fuerza y la valentía necesarias para hacer frente con su extraordinaria creatividad a esta otra ordinaria, por consumista y necia, gastronomía en falsete que, a ojos vista, está haciendo resquebrajarse todo cuanto se construyó. Yo la maldigo.