Las gentes de la casta de los coolfoodies son los externos, alumnos o agentes del exterior. Entre ellos encontramos a buscadores de experiencias, visitadores compulsivos de locales, weekenders y demás visitaciones turísticas, comedores virtuales, fans televisivos, enganchados a las gastroredes, aficionados informatizados, ricachones culinarios, consumidores de gastronoticieros, marketinianos, speakers y couchers de todo jaez, comerciantes, negociantes y demás arrimados al olor del gastronegocio; y también, simplemente, tragaldabas glotones y muchos otros etcéteras más que me dejo en esta olla exprés. Es decir, medio mundo.
Son, por tanto, el grueso de las gentes de las que se nutre este sector, disciplina, afición o cosa culinaria. Combinados en la proporción que se quiera, son su masa madre, continuamente alimentada y refrescada por las nuevas incorporaciones sin fin que esta cínica sociedad neo-post capitalista en la que vivimos le proporciona. A todos les une una tonta sensación de conocedores en la materia y un ansia compulsiva de consumo cool&foodie, aunque no entiendan ni papa de inglés.
Para ellos, lo que hemos dado en llamar gastronomía, es mera ocupación del tiempo, de ocio, entretenimiento o diversión, también tendencia y estar a lo que se lleva; la calidad real de lo que comen no es su meta. Es una multitud despreocupada y ajena a un sentimiento de cariño por la cocina/comida, indiferentes e inconscientes ante ella. No buscan cambiarla ni mejorarla, entran y salen sin más, dejándolo todo tal cual, hacen uso de ella a su conveniencia seguros de que ahí y así seguirá estando cuando a ellos se les antoje: insensibles a sus cambios son felices en su gastronihilismo. Bien que hacen. Son las “clases pasivas“ de la gastronomía que, sin embargo, gastan en ella sus sueldos, pensiones y ahorros. Malditos y benditos sean los coolfoodies.
De otra parte, las gentes de la casta de los foodlovers son los internos, alumnos o profesores desde el interior. Entre ellos encontramos a buscadores de la buena comida e investigadores de meritorias ofertas gastronómicas, a concienciados de su espíritu objetivo y concienzudos en el goce de los sabores y olores; amantes sinceros de la buena cocina que aprecian a quienes la cultivan en todos sus tramos y la ofrecen a los demás.
Son gentes que disfrutan con el comer y ponen en ello todo su empeño, que gustan incluso de excederse y dejarse llevar por su instinto y arrebato pasional. Regocijándose en su inmersión “lingüística”, se recrean en sus comidas y se meten hasta la cocina. Se implican y se sobreidentifican tanto con el comer real y leal que gastan en ello buena parte de su cartera y, en el esfuerzo de ser buenos amantes de la cocina, ponen en ella todos sus sentidos. Pero además, ocupan también en lo mismo su materia gris para tratar de comprender cuanto allí se cuece.
Para ellos, lo que hemos dado en denominar gastronomía y a pesar de su engorde artificial, es una muy seria ocupación, una necesidad vital que va mucho más allá del hobby, de la moda y del postureo, pues de lo que se trata es de encontrar, procurar, disfrutar, ensalzar y dar a conocer la buena cocina. Preocuparse por ella y por quienes la hacen posible, inmiscuirse, participar creativamente, hacer por cambiarla y mejorarla, y vivirla como algo propio. Capaces de reflexionar y tomar distancia, son críticos y duros con la basura y las malas prácticas porque hieren su amor por la excelencia y la honestidad de todo tipo de cocina, desde la más humilde a la más rimbombante, y viven en su utopía culinaria como gordos románticos que son, con la visión trágica que ello conlleva. Su experiencia y conciencia los hace expertos en la materia. Son las escasas e ingenuas “clases activas“ de la gastronomía, dubitativas de su porvenir, pero firmes y seguras en su prurito de poner toda su fuerza y positiva esperanza en contribuir a su mejor futuro. Benditos foodlovers.
Existe una tercera derivada de estas dos categorías: la de los foodmanagers o encargados. Es decir, los seleccionados para dirigir el cotarro por los que tienen la sartén por el mango, es decir los dueños del dinero. Esos a los que da miedo nombrar porque son los responsables de que esos encargados terminen por no sentir ni padecer a fuerza de tener que servir. Éstos, como decía, son reclutados entre las huestes de ambas clases. El coolfoody se reconvertirá en foodmanager huh de mil amores y ejercerá el cargo con orgullo y fácil gatillo. El foodlover, sin embargo, tendrá que renegar de su espíritu y su verdad, traicionarse a sí mismo y venderse al capital. Podrá disimular malamente y le costará más ejecutar sus tareas, pero a la postre, como ya sabemos de sobra, la pasta puede con todo y con casi todos.
La mala noticia es que estamos en guerra. La gastronomía de España está en guerra civil. Los encargados han recibido ya las órdenes de los mandamases de armar hasta los dientes a las hordas de coolfoodies para que éstas se coman con papas a los coñazos idealistas de los foodlovers, que no hacen sino entorpecer el avance implacable del gastrobisnes y la implantación de un severo régimen de comida semibasura gocha, bajo en costes y alto en precios con el que copar el mercado. Las batallas se están librando en todos los campos y ciudades, en cada barrio, calle y mercado, en todos los terrenos. También, por supuesto, desde casa vía informática, donde los coolfoodies gastrovirtuales dominan implacablemente desde los militarizados sistemas de la red. La desproporción de fuerzas es tan aplastante que se da por segura una inminente masacre y exterminio de la raza foodlover, temiendo se convierta en un nuevo holocausto gastró.
Bip… Bip… Bip… Interrumpimos la redacción para dar las noticias de ultimísima hora en el 23er día de la guerra Rusia-Ucrania: parece que la inhumana maquinaria de guerra rusa no está consiguiendo sus objetivos finales ante la heroica resistencia de las humanas fuerzas ucranianas.
Todavía hay esperanza.
Continuaremos informando…