No hay nada como vivir las cosas en carne propia. Sentir cómo «los dardos de la adversa fortuna» aguijonean nuestra piel -que escribió Shakespeare- es el mejor baño de realidad posible. Nos conecta de una forma muy directa los unos con los otros, al hacernos lidiar con dificultades que creíamos ajenas, y que de repente vivimos en primera persona, ni que sea de forma momentánea y transitoria. Y saben, no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista.
Peo al final, como dijo Kierkegaard, «la vida no es un problema que resolver, sino una experiencia que debe ser vivida», y en condiciones normales cada uno de nosotros pasará por todo tipo de situaciones -entre malas y terribles- a lo largo de la suya, y no le quedará más remedio que vivirlas y pasarlas, porque no todo tiene solución. Al lío.
Vivo tiempos de zozobra económica. Las razones que me han llevado a esta situación no tienen mayor importancia a los efectos de lo que les quiero contar hoy, así que no entraré en detalles.
No descubro nada si les escribo sobre la estrecha relación que existe entre dieta y renta. Los más mal nutridos y los que más problemas de sobrepeso tienen son aquellos que menos dinero pueden destinar a la compra de alimentos. Esa es la teoría, como mínimo.
En mi caso, el sobrepeso viene de serie, como las alfombrillas del coche, y llevo luchando contra él desde hace mucho tiempo, aunque la última vez que me sacaron sangre todo o casi todo estaba en orden. Pero hace un tiempo que, sin duda, como peor. Nada grave, por supuesto, y para nada pretendo comparar mi situación con la de tantísimas familias que no tienen, literalmente, nada que llevarse a la boca día tras día. No es mi caso.
Pero sin duda como peor. Y no me refiero a que me dé menos caprichos, ni a que vaya menos a restaurantes -aunque eso también y lo que te rondaré morena-, pues ni yo soy tan frívolo. O sea, es obvio que el camembert de los desayunos ahora es uno de marca blanca del supermercado de la esquina -y que no pienso volver a comprar porque puedo prescindir- pero ese no es el problema, como no lo es que haga meses que no me siente en la mesa de alguno de mis restaurantes preferidos.
Y tampoco he sucumbido a la tentación de los ultraprocesados, a la panoplia de platos precocinados y pizzas de microondas. Pero entre ambas cosas, entre la renuncia a ciertos placeres, que también forman parte en alguna medida de eso que llamamos comer bien, y el mero intercambio de calorías por euros, hay una zona nebulosa en la que se incluye el comprar menos, el abstenerse de ciertos productos frescos y buscar sustitutos de menor calidad y precio... ¿Y saben qué?
Pues que creo que no tengo perdón de Dios.
Alimentarse bien, claro, requiere de unos mínimos, pero no tiene por qué ser carísimo. Y ya sé que caro o barato son nociones que dependen sobre todo del presupuesto que uno maneje. Y el mío está jodido, pero ni tan mal como por desgracia sí está el de muchas familias y a las que no les queda más remedio que, como decía, intercambiar calorías por euros.
¿Y entonces? Pues lo de siempre. Que después de una sesión de autopsicoanálisis gastro conmigo mismo he llegado a la conclusión de que si como peor es porque me da la gana. Y sobre todo porque cocino menos.
Alimentarse con menos, o con según qué, requiere, aunque parezca lo contrario, más imaginación y si me aceptan el palabro, más de una "creatividad" que, por otro lado, nuestras abuelas llevaron al culmen durante los años duros de la posguerra. Para poner un ejemplo, aunque no sea el caso ni ahora ni antes, un bogavante se cocina solo, pero unas acelgas o una ensalada quizás requieren de algo más de inventiva para que sean ese algo más.
Sí, ya sé. Si la verdura es buena, oiga, hervida al punto y con un buen chorrete de aceite de oliva, le cantan los ángeles. Pero ya no solo yo y mis circunstancias, ¿cuánta gente tiene acceso a ingredientes sencillos pero de calidad? He visto tomates, fruta y verduras, en ocasiones, a unos precios algo menos que solidarios... Cuando voy al mercado, la cuenta más abultada precisamente siempre es la de la partida vegetal.
En fin, de todo se sale y mirando las cosas por el lado bueno, estoy aprendiendo a luchar contra el despilfarro alimentario como nunca antes en mi vida. Y a fin de cuentas, no todo tiene solución, pero de todo se sale y, miren, como dijo Stefan Zweig «solo la persona que ha experimentado la luz y la oscuridad, la guerra y la paz, que se ha levantado y caído, solo esa persona ha experimentado la vida de verdad».