Los críticos y prescriptores de restaurantes son muy necesarios. Es mucho más necesario educar en alimentación saludable y consumo sostenible, conceptos sobre los que debería cimentarse la narrativa gastronomía, derrotados y ninguneados por las tendencias y el marketing. Pero como decía, incluso con toda su altanería, soberbia y petulancia que quizás injustamente se les presupone, necesitamos figuras de referencia y confianza que nos descubren nuevas casas de comidas. Definitivamente hay pocas cosas mejores que una recomendación como regalo. Eso sí, debemos plantearnos el tipo de crítico gastronómico que necesitamos en el futuro. Si la línea debe ser continuista respecto a nuestros referentes contemporáneos o si necesitamos una nueva hornada de críticos para la que no faltan pretendientes. Dónde está la línea que separa la crítica de la impertinencia es la cuestión.
“¡Fuaaaaaaaaaaaaah chaval!”.
Hoy todo el mundo puede ser crítico gastronómico o comentador. Lamentablemente, la mayoría de los que se atreven inquietan y asustan. Como todo arte, lo de comentar restaurantes y comida es terreno abonado para el intrusismo laboral, al fin y al cabo tan solo se necesita dinero, tiempo, ganas de protagonismo y un perfil en redes sociales para criticar menús, precios, horarios, cuadrantes y salarios desde la superioridad moral que da la reducida perspectiva de la realidad y con nuestra necesidad a cuestas de sentirnos escuchados y refrendados. Salir a comer es barato, y criticar lo es más.
Todos podemos anticipar cuáles serían los requisitos idóneos para ser buen crítico gastronómico: conocimiento, experiencia, sentido común, hambre, diría que un punto de discreción y lo que me deje. Todo obviedades, aunque a veces lo más obvio es lo más complejo. Sin embargo, la cada vez mayor lista de candidatos al cargo crece con streamers, mineros y oportunistas con mucha influencia y poco tino. Como bien me explicaba una vez uno de esos versados críticos gastronómicos a modo de explicación sobre las más complejas de lo que aparentan circunstancias de su trabajo, lo importante es guiar al lector de forma sincera y honesta, pero poner a parir en público a un chef y a su restaurante es doloroso y dañino cuando año tras año te abren las puertas de su casa, un harakiri emocional y un tiro de gracia simultáneos. No sé si todo el mundo tiene el estómago necesario para afrontar situaciones así, pero es un ejemplo más de la parte invisible de su trabajo y de las consecuencias de sus palabras.
“Me ha salido humo por la nariz tío”.
Posiblemente ese futuro de la crítica gastronómica pase por menos críticos viejos y gordos: comer bien por 300 euros no es la recomendación más certera del mundo. Quizás pase más por una mayor pluralidad de cocinas, por un mayor protagonismo para quienes no lo tienen, por dar mayor énfasis a los conceptos medioambiente y conciliación… Y sí, necesitamos quien siga haciendo el trabajo sucio denunciando que la mejor croqueta del país no puede ser tal o que esa sopa de cebolla y mostaza es insoportable como plato vigésimoquinto del menú, que incorporen nuevas sensibilidades y puntos de vista, pero no necesitamos críticos en todas partes: nos valen pocos y buenos.
Para nuestra utópica e idealizada gastronomía del futuro dejar esta responsabilidad social y humana de criticar restaurantes en manos de youtubers, en algunos casos seguidos por millones de personas en todo el mundo, que se dirigen a las masas de cerebro en formación en los mismos términos entrecomillados de mi chapa de hoy es un suicidio anticipado. Al menos ellos y yo coincidimos en una reflexión para la que tampoco necesitamos mayor lucidez:
“La verdadera felicidad en la vida está en comer”.