"Vamos hacia una gastronomía humanista", decíamos unos cuantos ingenuos durante la época gloriosa de la cocina –Cocina Recreación–, entre los que se contaban los Hermanos Roca.
Tenía todo el sentido porque realmente pensábamos que una disciplina como la gastronomía contaba con todos los síntomas característicos y los elementos idóneos para alcanzar ese humanismo edadmoderno tan atractivo y utópicamente deseado: una actividad hecha por personas para personas, quienes cocinan y quienes comen, con posibilidad plena de disfrute por ambas partes; que se podía y debía tomar con tiempo pausado para su realización satisfactoria; que gusta de contar historias propias y darlas a conocer; que habla de los lugares y de sus gentes; que están apegadas a los terrenos y los mares; que se unen íntima y dependientemente a los primarios productores; que son historia y cultura; que facilitan la charla y la comunicación directa y personal –presencial se diría ahora– entre humanos; que da aprecio al trabajo y la industria artesana; que agudiza, requiere y recompensa los sentidos y las sensaciones; que provoca las sensibilidades estéticas de lo que no hace falta decir con palabras y educa así el espíritu; que produce eventos fenomenológicos que son vivencias vividas susceptibles de ser transformadas en humanísimas experiencias; que dan lugar a emociones más humanas aún y cuyo sumatorio conlleva el disfrute total del cuerpo y alma humanos. En definitiva, que son y conforman un lenguaje social muy cercano al humanismo propio de la Edad Moderna.
Esta concepción humanista parece, sin embargo, haberse truncado con el mero paso de unos años, disolviéndose cual azucarillo regado con aquella absenta con la que a su vez regaban gaznate y vida los románticos en su beber pasional y creativo. Ya no soñamos con ángeles verdes.
Y es que la gastronomía, siguiendo la insalvable senda de la sociedad actual, camina por otros derroteros, el futuro ya esta aquí, ha venido muy rápido con su novísima tecnología, su globalidad, la red y las redes, la info, su acumulación y aceleración, el neocapitalismo y su gran dinero, la obsesión productiva y acumulativa, la ganancia, la precariedad y la incertidumbre.
Todo ello supone, también en gastronomía, un cambio continuo en los modelos que hacen que lo aprendido/sabido deje prontamente de tener importancia o valor: pongamos el ejemplo del delivery y el avance, se quiera o no, de la fast food hacia un sentido mucho más amplio del que hasta ahora concebíamos. Porque qué es a fin de cuentas el delivery sino convertir en fast lo slow, qué es sino preproducir, recalentar y comer en la solitud del ámbito privado, privándonos incluso del humano gozo de ir al mercado y cocinar con cuanto estos actos conllevan de verdadera convivencia.
Ya sabíamos que el acto de cocinar/comer era y es un acto efímero, pero es que ahora toda vida humana lo será también, automáticamente. Así que preparémonos para un futuro inmediato en el que lo humanista deje de significar aquel bello y bonito concepto del viejo humanismo moderno, que será sustituido por algo muy diferente y que no tendrá piedad, aunque aún no tenga nombre. Se impondrá, llamémosla así, la neopostmodernez y nos exigirá severas readaptaciones, una gran templanza psíquica y mucha listeza emocional.
Quizás sólo los gordos románticos, inadaptados y perturbados tengamos el esperanzado deseo utópico/distópico de que aquellas formas e ideales de la humanística Cocina Recreación permanezcan y prevalezcan en la buena gastronomía por el bien de la humanidad. En espera de que mi deseo se cumpla y hasta entonces, brindaré con absenta en compañía de sus verdes ángeles. Y que sus dioses me cojan confesado aunque borracho.