En un cine de la Gran Vía de Madrid en la oscuridad de la sala se abre la puerta y entre aplausos entra el egiptólogo Zahi Hawass. Controvertida figura que fue revulsivo para la egiptomanía mundial de finales del siglo XX hasta la actualidad gracias a sus misiones arqueológicas, sus invitados VIP en Egipto como el expresidente Obama y a sus programas televisivos. Con su sombrero marrón de ala ancha a lo Indiana Jones, desciende por fosas a varios metros de profundidad en una inestable cuerda que le permite ser el primero en meter la nariz en un sarcófago aún por abrir. Hay mujeres y hombres que se tatúan su rostro y asegura con vehemencia que pronto descubrirá la momia de Nefertiti, la reina que le obsesiona. Sería su homenaje. Pero en medio de la charla admite a trompicones que después del hallazgo de la tumba de Tutankamón, que el próximo 4 de noviembre hará 100 años, el segundo descubrimiento arqueológico más importante ha sido la "ciudad dorada perdida" en Luxor, que el propio Hawass presentó a los medios de comunicación en el mes de abril de 2021.
La ciudad se llamaba El ascenso de Atón y hace más de 5000 años que sus muros serpenteantes de adobe acogían a una población que trabajaba los adornos y las joyas que brillan en la oscuridad de las misteriosas tumbas. Pero esas mismas manos también amasaban y cocían el pan que les alimentaba en la luz de la vida en el gran horno que han hallado en la ciudad. Un horno que imagino comunal cociendo un pan que recreo en el paladar mental como una pieza aromática y esponjosa. Una masa como la que se elabora todavía en la actualidad en los poblados nubios del Alto Egipto (así lo aventura el propio egiptólogo). El pan que acompañaba los platos que se elaboraban en la cocina de esa ciudad enterrada hace milenios en la que se hallaron grandes vasijas de conservas de alimentos (una de las descubiertas contenía carne). Y aunque la receta no la sepamos (por el momento no se ha encontrado recetario alguno de toda esta civilización) algunas preparaciones quedaron impresas en los dibujos de las paredes de las tumbas. En la mastaba de Ti en la necrópolis de Saqqara se encuentra la explicación más completa de la elaboración del pan según indica Pierre Tallet en su libro La cocina en el antiguo Egipto. Lo veo en este momento, después de pasearme por la exposición Hijas del Nilo en Madrid, y es ahora cuando entiendo por qué no puedo quitarme de la cabeza una bella pieza de una mujer arrodillada e inclinada hacia una gran muela de piedra esculpida en piedra caliza. Ese gesto lo he visto en un pueblo africano y esos instrumentos líticos, pese a nos ser las piezas destacadas, pueblan las vitrinas de exposiciones arqueológicas como la del Museo Canario en Las Palmas. El movimiento acompasado pero rotundo del cuerpo de esa mujer para convertir el grano en polvo. En esa transformación comienza la elaboración del pan y quizás haya sido el primer paso hacia la civilización que conocemos. Un gesto universal —hoy considerado doméstico— que une a las poblaciones de la Tierra desde hace miles de años, pero que no dará ni la gloria ni la fama a Hawass que continúa buscando reinas en el desierto de los secretos de la Humanidad.