Pongamos que abres Instagram y entonces te aparecen, no uno ni dos ni tres, sino muchos vídeos donde en menos de 60 segundos (15 si es un reel) te apañan una receta de lo más resultona. Y te dicen (a cámara rápida o con música/voz en off estridente) que solo te hacen falta dos ingredientes para tocar el cielo. Que el plato no necesita horno, ni amasado, ni tiempos de reposo, ni nada. Que es saludable, healthy, fit, light. Sin azúcar, sin nada. Es tan fácil y tan rápido que hasta mi sobrina de cinco años podría hacerlo sin despeinarse. Pero es que además tiene pintaza, su presentación es resultona y te prometen que solo tendrás que invertir cinco minutos de todo tu valioso día para tenerlo listo. Dos ingredientes, cinco minutos, light, bueno, fácil y rápido. ¿Qué más se le puede pedir a una receta? Clic, me gusta. Clic, guardar.
Instagram se ha convertido en un escenario donde más que recetas, lo que se vende es inmediatez, prisas, una constante aceleración y una (falsa) satisfacción obtenida bajo la ley del mínimo esfuerzo. Dos ingredientes, cinco minutos, light, bueno, fácil y rápido.
Cómo nos gusta esa ley y qué bien se adapta uno a todo lo que llegue para hacernos la vida más fácil. Pongamos por caso la Thermomix y su séquito de robots de cocina venideros o la última de las últimas, la Fryer Air. Que resulta que ahora mismo no eres absolutamente nadie si no tienes una freidora de aire. Si no fríes cosas con aire. Ese mágico e innovador aparatejo culinario que le fríe las patatas a quien las quiere fritas pero sanas. Fritas e igual de crujientes pero sin estar fritas, porque no se bañan en una balsa de aceite. No manchas sartenes, ni tu cocina huele a bar de tapas ni tu colesterol se viene arriba de una sentada. Y ahí la tenemos, de nuevo, la misma promesa: dos ingredientes, cinco minutos, light, bueno, fácil y rápido.
Y quien dice patatas, dice guisado con albóndigas, pizza o cachopo asturiano, porque ahora parece que casi cualquier plato cabe en una freidora de aire. No exagero si digo que tres y medio de cada cuatro vídeos de recetas en redes sociales están monopolizados por este aparato. ¿Qué más se le puede pedir? Clic, comprar.
Que sí, que mi tablero de Instagram (feed, para que me entendáis) me muestra lo que yo quiero que me muestre, bla bla. Sí, y aun así sigo pensando que algo no estamos haciendo bien cuando el mensaje de fondo que se nos transmite es el siguiente: “¿por qué vas a perder tu valioso tiempo en la cocina, cuando podrías tener la comida hecha en un plis plas y dedicar ese tiempo a hacer cosas de provecho? Buscar una receta que te guste, anotar los ingredientes e ir a comprarlos. Poner tu lista especial de canciones para cocinar, plantarte el delantal y pasarte una mañana entera cocinando a cuatro manos, cortando, pochando y horneando. Peladuras por aquí, boles por allá. Friega que te friega, pela, amasa, reposa. Baila que te baila mientras esperas, remueves, bajas el fuego, vigilas el horno y vuelves a limpiar. Todo reposa, todo rebosa y tus pelos y tu delantal hablan por sí solos. ¿Por qué todo este follón pudiendo tener una deliciosa receta en la mitad de la mitad del tiempo y sin apenas ensuciar nada? ¡La promesa! Dos ingredientes, cinco minutos, light, bueno, fácil y rápido.
Yo no tengo una freidora de aire, ni una “sea-lo-que-sea-Mix” como habrás deducido a estas alturas. Y ojo, no seré yo -que no he usado nunca un artilugio de estos- la que demonice su total existencia. Pero no, no la quiero si con ello me uno a esa insatisfacción, a ese “menos es más” llevado al extremo más insulso, a esa ley del mínimo esfuerzo que reina en este nuevo recetario exprés llamado Instagram. ¿Dónde queda todo ese discurso de la cocina tradicional y las recetas de antaño con el que tanto se nos llena la boca? Seguramente, metido en una freidora de aire.
No podemos querernos porque entonces, ¿de qué vivirían las cremas anticelulíticas y las freidoras de aire? Querernos, me temo, va de otra cosa. Va de dedicarnos tiempo de calidad para nosotros, para hacer lo que nos hace bien, para cocinar durante el tiempo que nos plazca. Cocinando a fuego lento y sin tener que perdonarle la vida a una máquina que me vende aire y me cocina fritos libres de pecado.