Ante la muerte no somos nada ni nadie. Quiero decir que llegada la hora, nadie, ninguno de nosotros va a poder hacer nada para evitar dejar esta vida y este mundo. Lo que pase después tampoco lo sabemos pues —como se suele decir— nadie ha vuelto para contar que es lo que hay, si es que hay algo después de la muerte. Tomemos este dato en cuenta y asumamos con él que, realmente, no hay nada.
Pero por si las moscas, desde tiempos inmemoriales, despedimos a los muertos con pompa y circunstancia, no fuera caso que el difunto tuviera un ojo abierto y observara que no le estamos diciendo adiós como merece. En los seres humanos la pompa y circunstancia normalmente va asociada al comer como demuestran la mayoría de ritos funerarios que hay en el mundo, y hay unos cuantos. El día de muertos en México, el queso de muertos en un valle de los Alpes suizos o los duelos y quebrantos de aquí.
Pero esta sensación de vacío —de nada— detrás de la muerte y la angustia que su llegada segura nos procura son normalmente dos de los argumentos más esgrimidos para justificar llevar una vida lo más feliz posible y entregada al hedonismo.
«Goza y haz gozar, sin hacer mal, ni a ti ni a ningún otro, he aquí toda moral» es la fórmula Chamfort que en opinión del filósofo francés Michel Onfray representa el imperativo categórico hedonista. De Onfray, les recomiendo la lectura de Le ventre des philosophes, critique de la raison diététique (1989), del que creo que hay una edición en español, editada en Argentina. Tengan en cuenta que escribió este libro después de sufrir un ataque al corazón, con solo 28 años, cosa que es de esos momentos que —como decíamos— te enfrentan a la inevitabilidad de la muerte —aunque en este caso la cosa no llegó a mayores— e imagino que te hacen replantear muchas cosas. En el caso de nuestro filósofo, su relación con el placer.
Claro que, probablemente, también tuvo mucho que ver que en el hospital empezó a recibir los consejos de una nutricionista a la que nadie le había pedido ninguno, y que le hizo comprender que «se podía mantener un discurso castrador respecto de los alimentos. No había que comer con sal, ni grasas, no tomar alcohol (..) Nos peleamos bastante, yo estaba en mi cama con el infarto y ella me estaba dando clases. Como conservaba algo de retórica, se fue enojada diciendo que conmigo no se podía discutir», ha explicado él mismo en una entrevista.
Bromas a un lado, Onfray explica que, habitualmente, se otorga el epíteto de hedonista a aquella persona que se jacta de la posesión, al que le gusta tener, entre otras cosas, mucha pasta y que a fin de cuentas se comporta como un consumidor materialista solo porque puede.
A estos, Onfray los califica de "hedonistas vulgares", a los que opone los "hedonistas filosóficos" y que son todo lo contrario, puesto que en lugar de tener, se preocupan por ser, lo cual se logra —dice Onfray— no con dinero o prestigio, sino con formas y maneras de cambiar y mejorar el comportamiento. «Lograr una presencia real en el mundo, y disfrutar jubilosamente de la existencia: oler mejor, gustar, escuchar mejor, no estar enojado con el cuerpo y considerar las pasiones y pulsiones como amigos y no como adversarios. (…) Disfrutar una cosa no presenta demasiado interés, disfrutar de un momento de sabiduría es uno de los grandes instantes de la vida» dijo una vez Onfray.
Seguramente, mi artículo de hace dos semanas debería haber sido este y no aquel. A ver, que no reniego de nada de lo que escribí, pero quizás así se entienda mejor a dónde quería llegar. Disfrutar de una tortilla tremenda, solo porque te la puedes permitir no tiene ningún valor ni debería proporcionar ningún placer ni el hecho de comérsela, ni el presumir de ello. Y lo mismo con cualquier otro tipo de posesión material.
Siempre es mucho mayor el placer que proporciona tener una vida que dé bienestar y significado para uno mismo y para los que te rodean. «La mayor felicidad para la mayor cantidad de personas».
¡Feliz año nuevo!