La Bauhaus olía a ajo. Lo atestiguó Alma Mahler, infelizmente casada con Walter Gropius, primer director de la institución y a quien visitaba de Pascuas a Ramos. Según la diva vienesa, "el ajo en la respiración" fue la verdadera aportación estilística de aquella insurrecta escuela de artesanos y artistas. Conocer este dato podría haber sido valioso para estudiantes como yo, más interesados en tirar del hilo de lo mundano que de lo enciclopédico. Nos hubiera dado acceso a espacios desdeñados de la Bauhaus como el comedor, la huerta y la cocina, y así descubrir el estricto vegetarianismo que imperó entre el claustro y el alumnado mazdeísta. Aquel ajo, sin duda, también nutre la historia del diseño.
En España pudimos gozar de la reencarnación olfativa de Alma Mahler a través de la figura de Victoria Beckham. Para ella el olor a ajo no era algo acotado entre paredes, sino el hedor de todo un país. Solo le faltó la coletilla del gastrónomo Julio Camba: "a ajo y a preocupaciones religiosas". Por mucho que la posh-spice rectificara con propósito diplomático, lo pronunció con la misma intención que Mahler: denigrar a partir de un aroma. Una vez más, el olor como calificativo, vilipendio y espejo de males, y no como sujeto, puerta o llave.
Victoria y Alma no fueron muy originales, simplemente perpetuaron un prejuicio heredado alrededor del olfato, vinculado desde siempre a lo volátil, lo intangible, lo enigmático, lo animal y lo subjetivo. De ahí que fuera denostado por la mayoría de pensadores, desde Aristóteles hasta Freud, pasando por Kant, que lo tildó de bajo sentido. Y de ahí también que, por contra, recibiera el favor de los poetas, como Lucrecio (I a.C), que en su epicúreo y peligroso 'De rerum natura' ya nos advirtió que solo con los ojos no podemos descubrir el principio de las cosas.
El olfato lee lo invisible, es un sentido explorador que asocia ideas y evoca memorias, pero para ello necesita distancia, porque cuando la nariz se acostumbra a lo cotidiano, calla. Por este motivo, como apuntó el especialista Douglas Porteous, "casi todas las descripciones literarias de los olores son obra de no-residentes". Como Alma y Victoria, aunque estuvieran llenas de puñetas. Como nosotros cuando tenemos el viento a favor y podemos ejercer de forasteros, guiris, veraneantes o invitados.
Todavía son muchos los encerrados que no pueden oler el paso del tiempo. Los convalecientes y los enfermos, por descontado; pero también la población en riesgo, los que perdieron su trabajo, los que no recibieron ayudas, los que no pueden pagar a sus trabajadores o proveedores, los que deben doblar turno o los que, simplemente, prefieren esperar. Cuando se identificó la anosmia como síntoma, no imaginé hasta qué punto llegaríamos a valorar el ajo de las cocinas ajenas.