Hace 50 años que se publicó la primera novela protagonizada por Carvalho, el detective gourmet creado por el escritor Manuel Vázquez Montalbán (MVM). Estos días, gracias a la celebración de este aniversario en el festival Tenerife Noir, me he empezado a preguntar por qué este personaje con una masculinidad muy de los 70s del siglo XX, pasado de moda en sus apreciaciones sexuales y de género, que despreciaba en gran medida a su novia Charo ignorándola, que cocinaba sin parar pero que jamás fregaba un plato, que trataba a su ayudante Biscuter con cierta displicencia del que se cree perteneciente a una clase intelectual superior me sedujo tanto. Carvalho, sinceramente, podría ser un cretino integral. Y, sin embargo, me sigue fascinando.
¿Son sus recetas? ¿Los restaurantes y platos de los que habla?
En absoluto. Releo algunas de sus novelas y esos platos forman parte del pasado. Esos platos y vinos ya no existen, los restaurantes de los que habla ya están cerrados o en otras manos. La España que envuelve la trama ya tampoco existe.
Palabras inmortales
Entonces, ¿qué mantiene vivo el espíritu de este hombre de paladar “primario” como él mismo admitía —no hay que confundir al detective con su creador, el escritor MVM, cuyo gusto era fruto del momento en el que vivía, abierto a las nuevas cocinas y al diálogo entre tradición y vanguardia—?
Carvalho es inmortal gracias al lenguaje gastronómico propio que el escritor inventó para su personaje. Ese lenguaje que le permite llegar adonde no llegan sus palabras para mostrar sus emociones. Ese lenguaje que nos sitúa en una crítica gastronómica atemporal que trasciende el restaurante y que llega hasta la médula de una sociedad que intenta hacerse a sí misma.
El cinismo de Carvalho desaparece cuando habla de gastronomía. En ese momento, su lenguaje se desnuda, rejuvenece, se perfuma y se dispara hasta contra sí mismo. En el Asesinato en el Comité Central, publicado en 1981, podemos leer:
En plena crisis de la sociedad patriarcal, los cabezas de familia buscaban nuevos restaurantes con la taquicardia de la aventura galante, de la salsa prohibida con crema de leche y trufas de Olot, platos con liguero y ropa interior negra transparente, platos oralgenitales, para comer a cuatro patas, con la lengua predispuesta a las polisemias de las hierbas aromáticas y los sofritos enriquecidos con picadas apiñonadas.
En el relato de “El barco fantasma” la frescura de su lenguaje sigue vigente cuando Carvalho dice aquello de:
—Nada hay tan reconfortante como comer y beber lo que producen los cuatro horizontes que te rodean.
Y es que encontró su propia fórmula en 1983 para hablar de lo que en los últimos años llamamos de una manera mucho menos expresiva, vulgar y mortal: “cocina de kilómetro cero”.