La abuela del periodista Bruce Chatwin exhibía la piel de un brontosaurio en una vitrina de su casa londinense. Aquel trozo de pellejo bermellón y áspero, hallado por un intrépido primo en la Patagonia, provocaba en Chatwin tanta fascinación como pánico, pues temía que cualquier noche el saurópodo atravesara la pared. Cuando describió la reliquia en el colegio, solo recibió burlas e incredulidad: aquel cuero peludo no podía pertenecer a un reptil. Pasó su infancia sin saber cómo nombrar lo que tanto miedo le daba. Ya en edad adulta, su primera expedición fue al confín de la tierra donde se encontró el animal, el cual no resultó ser un dinosaurio, sino un perezoso gigante.
Los gastrónomos de Estados Unidos han decidido que ya no quieren despertar y que el dinosaurio siga ahí. Alentados por las reivindicaciones del #BlackLivesMatter, han retomado lo que el #metoo inició. En esta ocasión, la incriminación no ha estallado en las cocinas, sino en las propias redacciones. Ya no es solo una guerra contra el patriarcado, sino contra el sistema que lo incluye, el cual se percibe como excesivamente blanco, masculino, burgués, narcisista y tóxico. Lo que parecía innombrable, se pronuncia hoy alto y claro: racismo, sexismo, mobbing, acoso y desigualdad salarial.
Voces como las de Tammie Teclemariam, Illyanna Maisonet o Sohla El-Waylly han sido ratificadas y apoyadas por otros food writers, conscientes de la dificultad que entraña demostrar el agravio desde la individualidad y, ante todo, fortalecidos por la protección que brinda la unión. Han aprendido que la lucha colectiva cambia el miedo de bando. La embestida ha sido tan contundente que han rodado cabezas hasta ahora intocables, como la de Adam Rapoport, de Bon Appétit (Condé Nast); o la del todopoderoso Peter Meehan, quien ha abandonado a regañadientes The L.A. Times.
El caso de Peter Meehan se ha cubierto en varios países, pero no en España. Meehan coproduce y coprotagoniza Ugly Delicious en Netflix junto con el mediático David Chang, con quien además fundó la celebrada Lucky Peach (2011-2017), revista que cambió el tono informativo gastronómico del mundo entero, pero donde ahora sabemos que reinó el acoso psicológico. Varias integrantes han compartido lo que supuso desempeñar el "trabajo de tus sueños" mientras se enfrentaban a "un trato abusivo y manipulador". Una de ellas, Aralyn Beaumont, concreta: "estábamos infravalorados, mal pagados, nos faltaban el respeto y nos acosaban (...) ¿Qué es lo que más me ha angustiado a lo largo de estos años? Ver cómo (Meehan) trataba a mis compañeros mientras él recibía los aplausos del exterior". Sobre su paso por The L.A Times, uno de sus redactores ha confesado que acabó sintiéndose "insensible ante el maltrato" y que, como el resto del equipo, "normalizó el ambiente hostil y abusivo" hasta el punto de esperarlo diariamente.
La normalización de lo hostil se contagia entre los miembros de cualquier organización donde rija la cultura del miedo, seas o no la víctima. Esa deshumanización conlleva, en palabras de la propia Beaumont, a "la soledad durante y después de la experiencia" y al "estrés postraumático". Los ingredientes de este último trastorno son ansiedad, ataques de pánico nocturnos, migrañas, molestias estomacales, alteraciones en la menstruación, agarrotamiento muscular, vértigos, apatía social, amnesia disociativa y pensamientos autodestructivos, que en el caso de un/a periodista, pueden inducir a bloqueos repentinos que paralizan la creatividad y la disciplina. Porque el miedo no se desvanece cuando la colaboración cesa. El miedo te persigue y condiciona el futuro. El miedo te rompe y te deja en ruinas.
La violencia de la cultura empresarial imperante no se reduce solo a la discriminación o al maltrato, reside en todo aquello que induzca a la inseguridad y acabe perjudicando el desarrollo personal y profesional. En el periodismo y la comunicación gastronómica no abundan los contratos, se paga mal y tarde, se demandan urgencias innecesarias, se mantiene y se premia a depredadores en sus filas, se tapan las denuncias que reciben chefs y empresarios, se da la espalda a la diversidad y se hinca la rodilla ante el interés de una minoría. Por difícil que sea de creer, el petit four, la postal y el hedonismo conforman solo la punta del iceberg de nuestro trabajo diario. Asimismo, y aunque como tal se perciban, no son lágrimas de cocodrilo las que se vierten cuando uno debe prescindir de vacaciones durante años o de una jubilación digna cuando toca. Como no lo son aquellas que brotan al recordar a las compañeras enfermas que no han tenido más opción que trabajar hasta que fueron ingresadas en cuidados paliativos.
Los filósofos modernos nos enseñaron que lo que no se nombra no existe y nos advirtieron del problema de poder hablar de trivialidades y no de lo verdaderamente esencial. Sin duda, el silencio no nos salvará, como alertó la escritora Audre Lorde, quien mantuvo que la visibilidad que nos hace tan vulnerables puede ser también la fuente de nuestra mayor fortaleza, una idea que existe desde que en la Roma clásica el hijo de un esclavo liberto instó a sacar fuerzas del mismo hierro que te destruye. Solo así se entiende que Bruce Chatwin transformara su miedo a un dinosaurio en el detonante de una carrera repleta de aventuras. Porque cuando solo queda el miedo, solo el miedo se puede perder.