Mi barrio es, de siempre, una zona de muchas terrazas en Madrid. Con tres calles amplias casi paralelas donde se suman más de una veintena de terrazas que molestan más bien poco. Terrazas que abren pronto (todo lo pronto que se considera en Madrid, una ciudad que despierta más bien tarde) para servir desayunos. No es un barrio céntrico, aunque sí está en lo que los madrileños definen -definimos, tras 18 años debería incluirme- como 'dentro de la M-30'.
Es un barrio, en parte, envejecido. También con familias jóvenes con hijos pequeños, parejas hetero, parejas gais y parejas de mediana edad que viven una segunda juventud gracias al vuelo de los hijos o hijastros. Es un barrio, sin duda, de clase media alta, con calles arboladas, con edificios con piscina, y con un parque automovilístico acorde a los tiempos modernos. Aquí no hay trifulcas en los bares, ni riñas en las calles. No se amontona la suciedad ni hay vestigios de botellones. Hay algunos chalets donde habitan famosos, profesionales anónimos y un par de políticos de la vieja guardia. Hay un bar de copas de cierto nombre que acoge a nostálgicos con música de los 80 o 90, ahora, como es lógico, cerrado a cal y canto. También hay otro, sin música, que acoge a personas de todas las edades cuando pasan a las copas. Con una amplia y seudoajardinada terraza, abierta todo el año, hace caja constante en un ambiente tranquilo apto para conversaciones amables. Tenemos tres restaurantes muy buenos con cocinas sofisticadas, varias marisquerías (algunas mejores que otras), y gran profusión de bares con una variada oferta de tapeo y raciones. Hay tiendas gourmet -una de ellas, con barra degustación-, un par de bodegas, tiendas de barrio a pie de calle como charcutería (excelente), frutería (una maravilla), una pollería y un pequeño mercado tradicional con, creo, 8 puestos, donde se halla una carnicería que, sin duda, destaca sobremanera. No faltan las churrerías (4) y hasta tenemos una heladería artesana, así como dos panaderías-pastelerías que hacen mucho bien al barrio. Y no me olvido de los supermercados: de las cadenas más famosas, hay muy buena representación. Si no me equivoco, sumamos 10 sin repetir. Podría seguir…, ¡hasta tenemos un obrador de pasta fresca elaborada en el día! Y, ¡ay, madre!, se me olvidaba: una escuela de cocina.
El día 14 de marzo casi todo esto se paralizó. La cosa gastronómica se volvió introspectiva y los bocados en el bar de la esquina, los platos en el restaurante a dos calles y el helado en la heladería se truncaron para dejarnos algo huérfanos y, en cierto modo, descolocados.
Hoy, 8 de junio, el barrio luce como lo ha hecho siempre, previo paréntesis. Las terrazas florecen, y si bien las medidas de seguridad son a pie juntillas seguidas, las mesas se pueblan de parejas, de familias, de amigos. Con restricciones, sí; con menos caja, ¡también! Pero no hay duda de que el cliente quiere volver, lo hace y lo va a seguir haciendo.
¡Claro que habrá quien se quede por el camino! Nos esperan tiempos duros, plagados de incertidumbre, pero, a priori, las ganas de comernos el mundo se imponen a cualquier catástrofe habida. Quien perdiera a un ser querido, en una terraza, café en mano y reconfortado por amigos, se consuela. Quienes han vuelto al trabajo respiran de forma tranquila. Los hosteleros, con su sonrisa de bienvenida (sí, con mascarilla se ve, ¡y tanto que se ve!), te alegran, sin remedio, el día. Ya lo decía la huérfana Annie: “El sol brillará mañana, ¿qué te apuestas tú a qué mañana sale el sol?”.
Mi barrio es mi termómetro. En mi taza de café leo los posos y allí lo veo con claridad: ¡volvemos a la vida!