Los informadores gastro estamos más por la labor de dar difusión al trabajo de cocineros, restauradores y productores. Cómo no, ¡ese es nuestro trabajo! Pero como parte de la gran cadena que conforma el sector de la gastronomía, nuestras peculiares circunstancias en pandemia no deben quedarse en el ostracismo frente a las, en ocasiones, grandilocuentes protestas de una parte de la hostelería.
La punta del iceberg son bares y restaurantes. Una gran mayoría de estos negocios presentan nula, baja o media actividad en comparación no solo con la ejercida en época de bonanza, también con el trabajo en época de normalidad. Es una sensación palpable, un hecho definitivo, que el cierre de la hostelería o con actividad bajo mínimos elimina de un plumazo la alegría de las calles, convirtiendo en grises, casi negros, muchos paseos urbanos. Pero lo que no se ve es tanto o más duro que lo que vislumbramos.
Demos un vistazo rápido. Es evidente que la hostelería es un sector que está sufriendo. No solo el propietario; también los empleados. Estar en ERTE no es ningún chollo, y ser empresario en los tiempos que corren y justo en este sector, no es plato del gusto de nadie. El cierre o la bajada de facturación de un negocio de hostelería no solo afecta al propio negocio y a sus empleados directos. También afecta como un mazazo a sus proveedores y, cómo no, a periodistas y comunicadores que, de una manera u otra, dependen de ellos.
Todo el esfuerzo que han puesto los periodistas en el pasado por encumbrar a quienes nos parecían merecedores de ello ha sido hecho, en la mayoría de los casos, con ganas, empeño y generosidad. Todo el esfuerzo que se está haciendo ahora por apoyar las reivindicaciones de un sector en clara precariedad sale del corazón, de la empatía y de las ganas de ayudar a todos. Hablamos y hablamos; escribimos y escribimos; prestamos nuestro oído, siempre escuchamos. Y de nosotros, ¿quién habla?
No han sido ni uno ni dos los periodistas que me han confesado no tener ningún trabajo: han sido bastantes más. También abundantes los correos electrónicos recibidos preguntando si tenía idea de alguna colaboración. En su mayoría de profesionales de prestigio con cientos de palabras escritas a sus espaldas, con una agenda envidiable y con la cuenta vacía.
El colectivo de periodistas también está muy dañado, también es un sector damnificado. La pandemia ha cerrado medios o transformado unos cuantos. Las redacciones tiran con los suyos, con periodistas en nómina, y las colaboraciones menguan. Muchos periodistas freelance están paupérrimos, la comunicación gastronómica está bajo mínimos, y toda una vida de dedicación y de aprendizaje no es salvoconducto de nada.
Que no considere nadie este artículo como un reproche. Si acaso, es una llamada de atención para poner, de vez en cuando, el foco en quien tantas veces ilumina a otros. La profesión de periodista, que al igual que la de cocinero, personal de sala o productores diversos también requiere de vocación, no es una profesión para hacerse millonario, pero al igual que otros profesionales, también necesitan -necesitamos- cubrir nuestras necesidades con el fruto de nuestro trabajo.
¿Tienes relación con algún periodista? Pregúntale qué tal le va, cómo lo está pasando, dale ánimos, ofrécele tu sonrisa, ¡qué sé yo! Bríndale la palabra amable que se te ocurra. Mírale a los ojos y pregunta: ¿cómo estás?