Llevamos tiempo queriendo hacer las cosas bien. Intentando no sobrepasar la línea de la imprudencia, estando alerta ante el mínimo signo de flaqueza y evitando a toda costa que la mascarilla, la distancia social y las tropecientas mil restricciones sanitarias, laborales, de ocio, de hostelería, etc. no nos conviertan en personas aisladas, antisociales.
Ya sabes, aquello de que el uso indiscriminado de Internet y las redes sociales nos hace, paradójicamente, más antisociales. Aquello de que cada vez tenemos más información a nuestro alcance y, sin embargo, estamos más desinformados que nunca. Aquello otro de que cada vez consumimos más pero disfrutamos menos. O aquello de que contamos con más medios que nunca para llevar un estilo de vida saludable y, por contra, estamos cada vez menos sanos. Y así un largo etcétera. Ironías de la vida.
Nosotros seguimos intentando hacer las cosas bien. Pero lo cierto es que no tenemos ni puñetera idea de cómo hacerlo. Más bien, de cómo no tener que llegar a hacerlo. A arreglar lo que ya está roto. A no vernos en la necesidad de llegar a un Estado de Alarma, o a dos o a los que nos vengan por delante.
Porque, ¿quién habla, por ejemplo, de cómo mantener nuestro sistema inmunitario fuerte? Ya te lo digo, nadie. En los medios no se habla de cómo podemos y debemos vivir para no enfermar, para que nuestro cuerpo y nuestra mente estén tan entrenadas, fuertes y sanas que ni un coronavirus ni nadie pueda con nosotros.
Y he aquí el miedo, un mal mayor que se contagia más rápido que el propio virus, con virulencia, y que ha hecho que medio mundo esté inmerso en una burbuja donde los únicos mensajes son: tantos muertos, tantos contagiados, tantos ingresados, tantos bares y restaurantes cerrados, tantos trabajos convertidos en teletrabajo o perdidos, tantos colegios con alumnos y docentes confinados, tantas pruebas PCR hechas y tantas otras que no se hacen, tantos políticos haciendo y deshaciendo, tantas personas mayores desamparadas, tantos viajes y reencuentros cancelados, tantos hospitales y medios sanitarios colapsados, tantas quejas, tanto odio, tanto miedo. Tanta, tanta y tanta negatividad.
Como yo lo veo, el mundo está inmerso en un pesimismo tan brutal que no nos deja ver la luz que precede a tanta oscuridad. Y esta luz, a mi juicio, no es otra que la respuesta a una pregunta muy sencilla (nivel de mi sobrina de 7 años): ¿qué debemos hacer para prevenir?, ¿cómo alimentarnos de manera saludable para afrontar con fuerza toda esta situación?, ¿qué nutrientes debemos priorizar en nuestra dieta para que, niños, adultos, jóvenes, embarazadas, grupos de riesgo, personas con patologías previas, personas mayores, etc. hagan frente a una pandemia de tal envergadura? Y sobre todo, ¿cómo hacer para que el miedo no se propague y cree más enfermedades por sí mismo?
Frenar el miedo y frenar los contagios debería ser la clave para trabajar desde la prevención. Pero no, tarde. En lugar de eso, se trabaja para arreglar las cosas cuando ya están rotas, como siempre, ya sé. Nadie nos está dando las respuestas a estas preguntas, porque bastante tienen con responder a las millones de dudas e incertidumbres que han nacido, precisamente, de esa negatividad que asola ya a medio mundo.
Yo, en mi mundo, me intento informar y hacer las cosas de la mejor manera posible. ¿Tengo miedo? Sí, puede, a veces, según el día. Pero no dejo que me domine, no dejo que tanto pesimismo me entierre antes de hora. Me adapto, por supuesto, pero sin dejar de ser social, sin dejar de apoyar a la hostelería sobre todo a la que más lo necesita, a los pequeños y medianos bares y restaurantes que, como pueden, sobreviven y abren sus persianas cada mañana. Pensando en pequeño, en lo que está a mi alcance, para llegar a lo grande, entre todos.
Pero sobre todo lo intento haciendo de mi despensa mi mejor medicina de prevención. Si al final, el virus me atrapa, yo al menos lo habré hecho lo mejor posible con lo que tenía. Tratando de desintoxicarme de tanta desinformación, negatividad, miedo.
Estamos a tiempo, creo, de hacer las cosas bien. Aunque nadie nos lo haya dicho.