Hace tiempo que le doy vueltas. Cuando un restaurante abre, sobre todo si hay un cocinero o un restaurador importantes detrás, la apertura suele generar gran expectación. Algunos abren discretamente -«No queremos hacer mucho ruido, estamos en rodaje», suelen declarar-, y otros lo hacen con gran fanfarria, habiendo desplegado anteriormente toda su artillería en comunicación. En cualquier caso, en los mentideros gastronómicos, la apertura de los discretos llega a boca de todos.
Ante la expectativa formada, conseguir mesa en esos primeros días se convierte en objetivo casi imposible. Y tener la capacidad de lograrlo hace que algunas personas se sientan seres elegidos. ¿Y todo para qué? Para, en la mayoría de los casos, acabar pensando que el servicio es un desastre, los platos no alcanzan la calidad esperada, y el precio es desorbitado. Eso sí, han estado ahí, han visto quién más estuvo, y lo más importante, los demás han visto que consiguieron mesa.
Quien me lea puede pensar que soy una exagerada. ¿Cómo va a pasar esto en Madrid o en Barcelona? Las ciudades son grandes, hay mucha población, y ¿quiénes les van a ver a ellos? Pues todos aquellos a los que el postureo gastronómico les vuelve locos. Así, un reducido número de personas se encuentran una y otra vez en distintos restaurantes de la ciudad con caras y nombres conocidos aunque nunca les hayan presentado.
Hace unos siete años, un famoso grupo de restauración 'abrió' a puerta cerrada su nuevo restaurante al que solo se podía acceder mediante reserva previa tan solo si tenías influencia y/o eras conocido por el grupo. Durante una o dos semanas desfilaron por ahí unos cuantos famosos, periodistas, ejecutivos, políticos y demás fauna capitalina. Pasado el tiempo de rodaje, que una persona anónima consiguiera mesa se convirtió en harto imposible. Y así, hasta hoy.
La fiebre gastronómica sigue igual, y un buen puñado de foodies (¡ay, dios!, odio esta palabra) se lanzan ansiosos a cualquier novedad con firma detrás. La Visa, la Mastercard, la AMEX echan humo, y los restaurantes no paran de hacer caja. Pero, yo me pregunto: ¿deberían los restaurantes en rodaje cobrar como si ya hubieran rodado? Como apuntaba antes, es un hecho que las cosas no salen en absoluto perfectas. El servicio suele ser bastante caótico, los platos no están del todo afinados, a veces faltan detalles que no han acabado de ultimar…, y sí, ya sé que los sueldos, el alquiler, la materia prima, etcétera, se pagan igual, pero el comensal serio no recibe lo que anda buscando. Eso sí, el posturetas lo recibe con creces: su Instagram echa humo, y en la foto todo queda maravilloso, aunque sottovoce lo vaya dejando a parir. ¿Qué más da? Consiguieron mesa, lo airearon en redes sociales, todos les han visto… ¡Misión cumplida!
Por todo ello, a mí que no me esperen cuando estén en rodaje. La paciencia siempre tiene recompensa, y mejor esperar un poquito para conocer más y mejor lo que el nuevo restaurante pueda ofrecerme. Por mí que experimenten con ellos, y así cuando yo vaya, conoceré la oferta com cal.