Me gusta tratar de usted a las personas. Me parece la forma más educada, respetuosa y beneficiosa a la larga de entablar una relación con independencia de edades y generaciones, por cuanto el simple gesto transmite y cuenta de uno mismo, sin que deje por ello de invitar a mi interlocutor a tratarnos de tú si lo desea. Un usted bien puesto, convenientemente dicho, conjugado a tiempo. Es una cuestión de respeto, de formas, de protocolo e incluso, si se entiende, de compadreo. El usted más allá de dialectos y consideraciones subjetivas, un usted con mayúsculas para todo como lema de vida.
Nada de “tús” vacíos e inocentes que nos pongan al mismo nivel. Un usted grande y mayúsculo que muestre claramente que usted está ahí, y yo aquí, que esta es la distancia que nos debe separar siempre, que no debemos mezclar las cosas nunca, y que desde el respeto absoluto lo que sea, pero sin él nada.
Dirigirnos a las personas de usted es la primera muestra de amabilidad, hospitalidad, querencia y estima que podemos hacer, aunque no apetezca. Diría que un usted incluso es válido en mitad de una batalla campal de 50 personas, frente a un robo o en pleno accidente de tráfico. Un usted en las peores circunstancias posibles. Un usted sobresaliente e impertérrito en situaciones extremas donde el sosiego reflexivo y los buenos modales suelen brillar por su ausencia.
Esa corrección en el trato, ese respeto distante, es el que marca también la pauta cuando nos acercamos a un restaurante, especialmente a uno bueno, de los que aparecen por aquí de vez en cuando, donde cabría esperar un trato igual o más exquisito que el que propongo. Ya sea como clientes, como proveedores, como periodistas o como instagramers al ser invitados a abandonar el local (no importa en calidad de qué nos acerquemos hasta ellos), que nos traten de usted, aunque sea solo la primera vez y especialmente si no nos hemos visto en la vida, dirá mucho del sitio y de las personas.
Ahora que se pone en duda el futuro de la excelencia en la restauración, que las cansinas propuestas canallas y urbanitas se contagian como un virus, que los chefs dejan las pasarelas para dar de comer al populacho, que se extingue la mantelería; ahora más que nunca digo, corremos el riesgo de perder el usted, la única materia prima gratuita y además infinita que un restaurante puede ofrecer. Corremos el riesgo de dejar marchar esos pocos sitios donde la atención al cliente y el servicio mantienen los estándares de cortesía que algunos todavía esperan encontrar. De acabar definitivamente con el perfil más clásico, bohemio y orgulloso del servicio al comensal para dar cancha a unas pretendidas propuestas cosmopolitas y cercanas donde no suele haber más que poca profesionalidad, continuos desatinos y un manifiesto desconocimiento de las reglas más básicas del trato entre personas.
Siempre se habla de la perseverancia como fórmula del éxito de cualquier empresa, por lo que deberíamos perseverar en el usted. Pero cada día se usa menos, y es una pena y una lástima que cada vez queden menos lugares donde recibir ese “exquisito” trato frente a la proliferación de analfabetos metidos a hosteleros que ofrecen amistades no pedidas y platos generalmente insulsos servidos en segunda persona del singular.