Dice que se aburre. Cuanto más años y más hombre, más se aburre. Ya lo ha comido todo. Lo ha bebido todo. Lo ha leído todo. Dice. Ya nada le sorprende. Todo es lo mismo. Algunas niñas empiezan con alguna cosa. Bah. Bueno.
Preparo la foto de una hamburguesa. Es el plato perfecto para contar el periodismo gastronómico a 60 estudiantes de veinte años. Es eternamente joven. Accesible. Asequible o no (en el Four Seasons de Madrid puede costar 50 euros y en el McDonalds de un poco más allá unos 5). Y no aburre. En un solo bocado todas las texturas, temperaturas y sabores: el dulce (kétchup), el amargo (lechuga), el ácido (tomate), el salado (queso) y el umami (carne). El suave y cálido mordisco del pan, el crujiente y frío de la lechuga y la cebolla, la cremosa salsa, el fundente queso, y la carne, caliente. El placer se intensifica con el tacto. Manos que aprietan, dedos que sostienen. Chorrean. Y en una sola hamburguesa la historia de la emigración, la narración carnívora y/o vegana, la sostenibilidad, el medio ambiente, la industrialización del pan, el tomate y la semilla, la evolución del restaurante, los migrantes, el trabajo temporal, la cocina doméstica, las religiones, los viajes, la neurociencia, la economía, el huerto urbano, la ganadería intensiva, las costumbres, la comensaliad, la literatura, el arte, el fotoperiodismo y el periodismo. La gastronomía. Ñam, ñam. Clase concluida. O no.
De los 60, 20 levantan la mano. Quieren escribir, sacar fotos, aprender, grabar, crear, empezar. Una pregunta: "¿Existen huecos para quienes empezamos y queremos trabajar en el periodismo gastronómico?" Huecos del queso que se funde al contacto con la carne. Están, pero no se ven. Huecos para los que empiezan y para los que no. Hueco, vacío en el interior de algo. Hueco, intervalo de tiempo. Hueco, puesto vacante.
El aburrimiento es perder la capacidad de asombro. Es no encontrar por no buscar o por situarse en el lugar equivocado. Es lo contrario al periodismo y a la narrativa. Por eso siempre es necesaria una nueva mirada. Redescrubrir los clásicos, observar a los coetáneos de aquí y de allí, revisar las periferias. Palabras frescas, inteligentes, propias, que explican y cuentan el mundo en el ahora para ávidos del momento, sin retórica ni apariencias.
Comienza un nuevo año y estoy hambrienta de esas miradas que se alejan de lugares comunes cincelados por el mito de que su propia experiencia es la medida del mundo, confundiendo así sus gustos y preferencias con la información que demandamos quienes no tenemos interés en imitar a supuestos privilegiados.
Un trabajo de investigación me hizo pasar algunos meses leyendo la sección cultural de los periódicos españoles de los años 50 y 60 del siglo XX. Muchos nombres de escritores salpicaban los titulares. Sus preferencias y predicciones tuvieron su trozo de periódico, su espacio. Hoy, todo ha muerto excepto Nada de Carmen Laforet. La comida de Navidad sobre el mantel a cuadros deshilachado por las puntas y el panecillo de racionamiento animan a descorchar las relecturas por venir.
En 2023 celabraremos los 150 años del nacimiento de Azorín quien hizo protagonista a la gente del campo en La Andalucía Trágica; los 100 años del nacimiento de Italo Calvino, quien ideó el origen del mundo en el amasado de una pizza en Las cosmocómicas; los 50 años de la muerte de Neruda, el poeta de los sonetos comestibles y los 20 años desde que el periodista estadounidense Arthur Lubow llevó a la portada de The New York Times Magazine el titular que hizo triunfar a la cocina de vanguardia española abanderada por Ferran Adrià y su restaurante elBulli.
En este nuevo año se cumplen otras décadas y los huecos siguen en el queso de la hamburguesa que se acaba. Solo el olor del kétchup entre los dedos nos delata.