El pescador, habla con la luna
El pescador, habla con la playa
El pescador, no tiene fortuna
Hablar con la luna y la playa, ¿qué más fortuna? Pero el pescador solo tiene su atarraya. Esta es la letra de una canción colombiana compuesta por José Barros que versiona el artista madrileño Depedro, al que bailo cada vez que puedo —la última vez en el festival Portamérica, al comienzo del verano en Galicia—. Y bailo y muevo los labios y escucho que "ahora el lujo está en el origen", es decir, en el propio campo, en el huerto, donde todo comienza. Y allí hay que llevar a los afortunados para que se sientan privilegiados. Bailo y es un privilegio. Como —lo que quiero, como quiero y cuanto quiero— y también.
Pero lo que para unos es privilegio, para otros es cotidianidad. Y entonces a alguien se le ocurre sacar fortuna de convertir espacios vernáculos en productos de lujo: preparar una paella pop en el arrozal, catar vinos en vendimia, comer migas esquilando ovejas o comprar el queso de una vieja artesana de aldea gallega de la que dicen: "ni sabe lo que está haciendo". Y me dejo llevar algo confusa entre escenarios de acordes y platos. En Portamérica la cocina es música y el arroz de Begoña Rodrigo se come hasta frío entre bambalinas, entre las que brillan tanto los artistas de la cocina como de la música. Y desde Galicia aterrizo en Tenerife, donde dormir en uno de los pocos campings de la isla es un privilegio. Me muevo al ritmo del "Instituto Mexicano del Sonido" (IMS) celebrando entre amigos el Phe. Me tomo un vino blanco Arautava en el vaso del festival con la maresía de las primeras canciones. En la cola de las hamburguesas de cochino negro y mientras compruebo que el guacamole es guasacaca, me dicen que a ver si ahora me voy a poner exquisita. Porque un festival es la versión más campestre de la música. Y la más libre de la cocina pop. Y con "Los Planetas" de fondo, me gozo un taco en Donde Mario donde la gente busca sin fortuna alguna de sus cookies a 2 euros. Y me viene el recuerdo del vino blanco de La Haya mecido por el mar durante 5 meses sumergido a 18 metros profundidad a 200 metros del litoral sur tinerfeño. Aguas tranquilas, pero atlánticas. Privilegio de isla que juega a destino tropical de guacamayos mientras las palas arrasan los cardones de la escasa costa virgen para amasar fortunas y estafar emociones. Un piso al borde del mar no te hace más libre, un todoterreno no te hace más aventurero, comer pajarillos con la cabeza tapada tampoco te hace más gastronómico ni vestir ropas típicas te hace más auténtico. Son solo espectáculo de estereotipos de una clase a la que no perteneces, historias de micrófonos que dejamos de creernos al son del IMS.
yo digo baila
tú dices dance
yo digo baila