La industria de la gastronomía es ya una realidad hecha y derecha. Se ha hecho mayor, generalizado y consolidado como fenómeno mundial en poco más de 30 años desde su Big Bang Bulli de finales del siglo pasado. Podemos por tanto, decir, sin temor a equivocarnos, que es un descubrimiento español y Ferran Adrià su Cristóbal Colón. Tanto la paternidad/maternidad del invento como su conceptualización y conformación, su formación y desarrollo y también su universidad, son de cuño español. Es la mayor conquista hispánica desde la de las Américas. Y no es manca.
Cierto es que no alcanza la magnitud de otras industrias universales del ocio 'cultural' con más historia, como lo son el fútbol o el cine, y probablemente nunca lo haga, pero no es esa la cuestión ni le resta un ápice de mérito a nuestra hazaña. Crear de la casi nada una nueva industria que movilice a millones de personas y mueva millones y millones de dineros es un triunfo de relevancia real.
Porque real es su calado en la sociedad y en la vida diaria; en ella se ha colado a través de los medios, en los que su presencia es ya cotidiana, asimilada y estable, incluso abrumadora. En el primer mundo todo el mundo la "consume": gasta su dinero, convive con ella, la práctica, está atento a su devenir, visita a conciencia restaurantes, los conoce y también conoce a los cocineros, sigue los programas, series, documentales y, por descontado, la redes sociales, etc. etc. Y habla de todo ello. No hace falta decir más. Es así y punto.
Cosa distinta a la que no sé cómo hincarle el diente es lo referente al orgullo por la españolidad del fenómeno. No sé si es exagerado atribuirnos esta autoría; no sé si decir que no hemos sabido sacarle el provecho suficiente o que sí lo hemos hecho. No sé si andamos cortitos de chovinismo y astucia o vamos de sobrados. En fin, quizás, solo quizás, sea que soy más tonto que Abundio.
De lo que no cabe duda es que en celebrar, hacer fiesta y montar saraos semos los más mejores y tenemos más balls que nadie. Porque Balls, en inglés, además de pelotas de toda índole, de las que aquí vamos bien servidas según el topicazo machiespañol, significa también festejo y baile por todo lo alto; tal cuales son las Grandes Galas Gastrós, las GGG, que hoy día jalonan y vienen a engordar nuestro calendario gastrofestivo. Galas como las de Michelin, Repsol, 50 Best, Bocuse D'or, OAD, amén de otras muchas a las que he dado en llamar Food Balls. Eventos que se organizan por nuestras ciudades —que ponen una pasta gansa por ello— al más puro estilo de los Oscars o el Balón de Oro y que, como decía al principio, son los que hacen que el mundo de la gastronomía se parezca cada día más al del fútbol para gloria y ventura de nuestros foodbolistas y sus restaclubes, los foodaficionados y los foodligans, que también los hay. ¡Que siga la fiesta!