No me interesa el fútbol. No es que no me guste. Es que no me interesa. Claro, puedo empezar a ver un partido, pero reconozco que como muy tarde veinticinco minutos —o menos— después de que haya empezado, mi cerebro desconecta y se pone a cualquier otra cosa. Así que no sé cómo fue que lo vi, pero lo vi. Un anuncio de comida rápida, de una conocida cadena de hamburgueserías basura, que al final señalaba que era patrocinadora de la Liga Profesional de Fútbol.
A mi no me interesa el fútbol, pero tengo un hijo de 14 años que es muy futbolero y muy del Barça. Y pensé en los miles, quizás millones, de personas que siete días a la semana, porque el fútbol ya no es solo aquello de «los domingos por la tarde», están pendientes de las retransmisiones. Obviamente esto es lo que lo hace atractivo para que las marcas se pirren por ser patrocinadores y que su logotipo y sus comerciales aparezcan antes, después y durante las emisiones de los partidos, los resúmenes, los análisis y las tertulias, porque hay que reconocer lo cansino que acaba resultando todo esto para alguien a quien, como a mi, no le interesa el fútbol.
Me pareció un escándalo que la Liga —y la legislación— permitan que una empresa que ofrece comida que no es saludable se asocie a algo que tiene una audiencia más que importante entre los más jóvenes. Llámenme demagógico si quieren —¡demagogo!— pero de verdad que no entiendo que si la publicidad del alcohol y el tabaco hace años que están prohibidas en los acontecimientos deportivos, no lo esté la de alimentos responsables de una pandemia que ríanse ustedes de la covid: la obesidad.
Pero no se vayan que aún hay más.
Hoy mismo he visto otro anuncio de otra empresa de fast food, la gran competidora de la marca que patrocina la máxima competición del fútbol patrio. Un tal Sebastián Obando Giraldo, más conocido como Sebastián Yatra, cantante colombiano —que he tenido que guglear porque no tenía ni puta idea de quién era— proponía cuál era su menú preferido confeccionado con productos de dicha cadena de franquicias.
Esto último, puede tener los días contados si el ministro Garzón logra sacar adelante su ley, que prohíbe a los influencers, cantantes y famosos de cualquier pelaje —o sea mucho o poco— anunciar comida y bebida dirigida a niños y adolescentes. Personalmente creo que, como suele suceder, esta ley se queda y se quedará corta. La prohibición debería hacerse extensiva a los anuncios de estos productos independientemente de a quién se dirijan.
Y es que en general, del mismo modo que entiendo la lucha encarnizada contra el tabaquismo —yo que fumo— y las restricciones a la publicidad y al consumo del alcohol —yo que bebo moderadamente la mayoría de las veces—, no comprendo la pasividad contra las burgers de mierda, las patatas fritas aún más de mierda y los refrescos azucarados, que constituyen la base del negocio de las principales franquicias de hamburgueserías.
Ya sé que el fútbol, administrado por la Liga Profesional, es sobre todo un gran negocio y precisamente por eso debería conducirse con un poco más de responsabilidad. Esa responsabilidad social corporativa con la que todos se llenan la boca y muy pocos cumplen o dotan de un contenido realmente efectivo.
La Liga tiene, como no podía ser de otra manera, una fundación uno de cuyos programas se llama Fair Play Social que pretende «favorecer la aplicación de una metodología de trabajo en responsabilidad social alineada con la sostenibilidad ambiental, económica y social». Pues bien, si aceptas las treinta monedas de plata del rey de las hamburguesas, señor Tebas, te puedes meter tus buenas palabras y tu responsabilidad social por el orto, que te hubiera dicho Messi, si no se hubiera largado al PSG y él mismo no tuviera una hamburguesa con su nombre en otra cadena de estas.
Por mi, los dos os podéis ir a tomar por culo.