Dejémonos ya de chorradas, la 'real cooking' de hoy no viene del pueblo ni de la calle, ni es cultura popular; eso es pura leyenda pueblerina. La gente corriente, el comensal medio, no quiere la veracidad, la originalidad, la autenticidad ni la honestidad de la cocina, ¡ni qué ocho cuartos!, sino que busca lo artificial, lo práctico, lo divertidamente fácil y/o lo glamouroso. Y a la eme con "la verdad"...¡que le den!
Y eso —¡yo no soy tonto!— es lo que ofrecen los grandes grupos, cadenas y marcas de restauración y sus franquicias —locales o multinacionales— que han mutado y engordado con la pandemia y van acaparando poder de la mano de los grupos mediáticos y la política. Y esto es lo que este contubernio culinario reinante impone manu militari. Un ordeno y mando sin escapatoria porque ha conseguido implantar en nuestros alienados paladares y cerebros que tiene que ser así, que no hay alternativa: esto suyo o los juegos del hambre, es decir, la muerte en vida. El resultado: Foodies Zombies de obediencia ciega.
Así es, porque, calladamente, el mundo militar, con su I+D y su hipertecnología ya domina, además de otros muchos campos, el del entretenimiento y ahora toca poner sus zarpas sobre el de la hostelería como uno de sus subsectores.
Y su gran vía de acceso, entrada, implantación y asentamiento no es otra que La Cocina de las Máquinas y la automatización que conlleva. Sus herramientas son la tecnoindustria alimentaria, las incontables 'gamas' y las preproducciones, la mecanización de la mano de obra y sus gastrocadenas de montaje, la ultra-conservación, la presión en la gestión empresarial y la concentración del poder económico.
Esta cibergastronomía no tiene raíces ni está emparentada con las emociones, no crea ni re-crea, solo copia y pega, es no humana y su alta dependencia maquínica convierte al cocinero en un gastro DJ que maquinalmente montaysaca platos como churros y cartas-réplica despersonalizadas, aptas/idóneas para el restaurante de entretenimiento o de espectáculo.
Y me pregunto yo si no habría que luchar contra todo esto desde el gastrivismo, desde la acción contra este perverso proceso de tecnomilitarización gastró, en realidad retroevolucionista, que va a la inversa y que tanto nos conmueve y aliena a los locos románticos rebeldones/cobardones. Porque de las cocinas de los cuarteles nunca salió sino rancho cuartelero y eso priva a la comida de su alma e invade ya en demasía nuestras civiles vidas culinarias.
Tecnificarse sí, por supuesto, pero manteniendo el sustrato de lo sí humano. Ese sí humano que se manifiesta en la rebelión y la revolución contra el gastrohorror. Incluso en el uso de la gastroviolencia si, lamentablemente, a la postre fuera menester. Porque ¿no es ésta la más obvia y patente de las "humanidades"?
¿Es que no ha llegado ya el momento de dejar de hacer el pasmarote y levantarse en armas con sartenes, cazos y manos de mortero y mandar a freír espárragos, empucherar y majar a esos ganapanes tumbaollas que están matando el futuro de nuestros restaurantes?