La gastronomía ha entrado en caos. La gran dificultad actual de su gestión para cualquiera de sus actores y la continuada incertidumbre reinante han configurado un estado general de tal complejidad que se hace imposible dar respuesta individual o conjunta a las necesidades e interrogantes que preocupan y acucian a todo el gremio, si es que fuere correcto calificarlo de tal.
Si a ello sumamos la inabarcable cantidad de información diaria y cambiante que los canales mediáticos producen con base en las actuales circunstancias históricas y su gestión política, nos encontraremos ante una cuestión que ha adquirido una relevancia de tal calibre que impera de forma permanente y obsesiva en las mentes y las vidas de las personas y familias que conforman la gastronomía. La velocidad con la que se producen los acontecimientos y las noticias, así como la aceleración que suma la interconectividad globalizada, completan la escenografía de este caos al que me refiero.
En este escenario, las cabezas empiezan a perturbarse pues no son capaces de leer ni descifrar tan intrincadas respuestas y desconcertantes explicaciones frente a las que, en consecuencia, no tienen capacidad crítica de discernimiento ni, por tanto, posibilidad de adecuada réplica o actuación. Esa impotencia deviene en frustración.
El desorden y el desequilibrio mentales personales son su consecuencia lógica que, a su vez, deviene en ansiedad, tristeza depresiva o desesperación. Y, a veces, en descontrolada ira.
Las circunstancias desbordan a los individuos y reina la confusión de grupo, que, aunque comparta intereses y objetivos, no ha sido capaz de establecer pautas unificadas de comportamiento ni acción y termina conduciéndose como disforme multitud cuyos componentes marchan como pollos sin cabeza en un estado de total y convulsivo desgobierno.
Ante tan grave situación, la gastronomía no ha sabido organizarse para dar esa necesitada contestación/solución que permitiera pasar del caos al orden. Hasta ahora, todos los intentos han sido vanos y frustrantes. Esa es la tozuda realidad.
Y lo digo por propia experiencia, permítanme que recuerde aquí la creación en los días de inicio de la pandemia de la Hermandad Gastró -HERGAS-, que creó un colectivo conectado que fue capaz de acoger, apoyar y dar ánimos a la gastronomía ante la calamidad; que supo pensar con criterio propio, redactar y requerir de la Administración la adopción de una serie de medidas cuya necesidad y bondad hoy se han hecho patentes. También trató de separar el grano de la paja y reducir tanto batiburrillo ingente a lo esencial del problema para así poder asimilarlo, darlo a entender y buscar una respuesta común, conjunta y civilizada. Sin embargo, sólo conseguimos ser una conectividad en las redes sociales sin conseguir ser colectivo en la vida social. Los celosos poderes establecidos, los inaccesibles dineros sustentatorios y la obstrucción de las persistentes fuerzas del pasado lo hicieron inviable.
Y así nos va. Pero creo que este nuevo sector de la gastronomía, en su más amplio sentido que es el que aquí uso, no es sino un ejemplo y consecuencia más de la conformación de la sociedad hacia la que se encamina el nuevo info-ciber-tecno-global mundo en construcción. En él, nuestra libertad se verá cercada y mermada y transformada en “algo” que nos dejará gritar y protestar, decir y rechazar, pero que muy difícilmente permitirá que lo que decidamos tenga efecto trascendente alguno. Tampoco parece que pudiera cambiar las determinaciones impuestas desde el nowhere y el nobody del poder, esté donde estuviere y en manos de quien lo ostentare. Sabemos de siempre que “no somos nadie”; ahora sabemos también que nada podemos hacer para liberarnos del endiablado formato socio-político en el que vivimos constreñidos y jodidos bajo la poderosísima alianza entre el Gran Dinero, la alta tecnología y la globalización mediática acelerada.
Hoy por hoy, romper ese yugo bajo cuyo dominio vivimos todos, se me antoja cuasi utópico. Necesitamos ser capaces de conformar una nueva composición de conciencia social, activar fuerzas movilizadoras que saquen de su interior la rebeldía de su subjetividad y que, cansadas ya de un modelo oprimente y maligno, tengan voluntad de transformación, de reconformación y readaptación de nuestras mentes al entorno sociotecnológico en el que nos ha tocado vivir y con el que necesitamos sensibilizarnos para crear una nueva forma y un nuevo paradigma que haga más digna nuestra existencia gastronómica y social.
Si hubiera por alguno de esos cielos tan celestes algún tipo de dios que se ocupe de las cosas de la gastronomía social, le diría que estamos más perdíos que el barco del arroz y le pediría que no esperara más para intervenir, porque me parece a mí que vamos directos al matadero, sin que nadie nos guíe hacia la Gastronomía Prometida.
* Con una pequeña ayuda de mi amigo Franco “Bifo” Berardi.