Tenía que terminar pasando. En Estados Unidos un grupo de personas han presentado una demanda colectiva en un juzgado de Illinois contra Beyond Meat, un elaborador de diferentes productos cárnicos plant-based, al que acusan de —directamente— mentir y engañar a los consumidores sobre la proporción de proteína que contienen sus productos, la calidad de la misma y de no haber usado los métodos correctos y legalmente establecidos para medir ambas cosas. Un tongo en toda regla, vaya.
Ya veremos en qué queda todo, claro, pero si se demuestra que Beyond Meat ha mentido y engañado expresamente a sus clientes, mucho me temo que la hostia se va a escuchar en Calcuta. Puesto que se trata de una demanda colectiva, se pueden añadir a ella todos aquellos que hayan comprado alguno de los productos que los demandantes citan en los papeles presentados al juez. Así que a Beyond Meat el tongo le puede salir muy caro. Tampoco sé si detrás de la demanda está la industria cárnica. La han presentado seis ciudadanos, pero tampoco pondría la mano en el fuego sobre que no hayan sido animados a ello.
Estados Unidos es un país mucho más dispuesto a aceptar que cualquiera se haga con un AK47 y masacre a niños en su escuela, que no que una empresa o un político mientan para obtener un beneficio para ellos mismos. Son, en ese sentido, un país con una moral — como mínimo— curiosa. Deberíamos tomar ejemplo de lo segundo, sin duda.
En el caso de que la demanda prospere y Beyond Meat sea declarada culpable, no me atrevo a decir el impacto que esto tendrá no solo para la compañía demandada, sino para el conjunto de la industria de los ultraprocesados veganos, porque eso es lo que son —y conviene no olvidarlo— empresas como la que se va a sentar en el banco de los acusados o Impossible Foods y Heura. A fin de cuentas, el capitalismo siempre encuentra la manera de salir a flote, y aunque no les guste reconocerlo y se disfracen con los ropajes del activismo, todas estas startups son capitalismo puro. Vegano, pero capitalismo.
Pero como les decía, en nuestra parte del mundo deberíamos tomar ejemplo porque a veces parece que nos guste que nos tomen el pelo. La alegría con la que nuestra industria alimentaria de los ultraprocesados adjetiva sus productos con palabras como «artesano/a» o «natural», por poner solo dos ejemplos, es acojonante.
Incluso, y puesto que he empezado hablando de ello, el concepto «vegano» se utiliza con una ligereza pasmosa. Por ejemplo en el vino, que basta que en su clarificación no se haya usado clara de huevo para que se pueda etiquetar como tal. Que un caballo haya sido usado en las tareas del campo o que dos docenas de jabalíes y sus cochinos pequeños hayan muerto electrocutados por las vallas que protegen —y con razón y motivo— los viñedos, da absolutamente igual.
Lo peor es que aquí todas estas barbaridades se hacen con nocturnidad y alevosía. O lo que es lo mismo, con el amparo de la ley. O sea, no es ilegal que bajo determinadas circunstancias —que básicamente consisten en rebajar a niveles bajísimos lo que se entiende por artesano y natural— se pueda etiquetar cualquier mierda como tal. Tengamos en cuenta que hemos puesto en marcha un semáforo nutricional, el famoso Nutriscore, que la industria ha saludado con las orejas y que es uno de los mayores escándalos alimentarios desde el del aceite de colza. Un auténtico atentado contra la salud pública.
Claro, después vienen y te cuentan que en España ha aumentado mucho el interés y el consumo de productos artesanos, lo que demuestra que cada vez nos importa más la relación entre lo que comemos y nuestra salud. Los que creen que somos muy muy tontos añaden como muestra, además, el incremento de ventas también de los productos veganos.
Y te tienes que reír para no cabrearte como una mona porque hay que ser muy ingenuo o muy imbécil para creer de verdad que eso es así, y que esta toma de conciencia ni está ni se la espera. Porque todo esto lo único que significa es, en primer lugar, que no tenemos ni idea de lo que es un producto artesano, ni uno natural, ni —claro que no— uno vegano. En segundo lugar, confundir lo que el márketing puede hacer con nuestras expectativas con lo que realmente sabemos o dejamos de saber y nos preocupa o nos deja de preocupar es de ser muy mala persona.
Y por último, lo que realmente significa todo esto es que nosotros seguimos poniendo el culo y la gran industria alimentaria nos sigue dando duro. No sé. Puesto que todas estas son prácticas amparadas por reales decretos y reglamentos varios, posiblemente una demanda colectiva iba a servir de poco. Y una justicia más interesada en defender los intereses del Amancio Ortega de turno que los de los ciudadanos tampoco ayuda. Como tantas otras veces estamos solos.
Espero que si se demuestra que Beyond Meat ha mentido y engañado le caiga un puro de mil pares de cojones. Y que detrás vengan todas las demás. God bless America!