Reconozco que hay propuestas de algunos restaurantes que me desconciertan y sobre las que no sé qué pensar. Por ejemplo, la del cocinero danés Rasmus Munk y su The Alchemist en Copenhaguen. Ya saben mi prevención contra aquellos cocineros que anteponen el discurso a cualquier otra cosa, y por lo que he leído -no he estado y entenderán rápidamente por qué- este es un caso paradigmático. La crítica social y la sostenibilidad son, en este caso, los dos trendingtopics con los que el chef adorna su menú. Pero vayamos por partes, que dijo Jack el Destripador.
En primer lugar, el menú -único- consta de nada más y nada menos que de 50 platos o pases -como prefieran- que llegan a la mesa del sufrido comensal, además, obligado a peregrinar por diferentes espacios. Y digo sufrido pues, cuentan los que han estado, que eso significa estar, de nuevo nada más y nada menos, que seis horas sentado comiendo. A servidor de ustedes le gusta comer y le encantan los restaurantes güenos, pero ni jarto vino se ha pasado en su vida tanto tiempo sentado en la mesa de un restaurante. En un atasco sí, pero en un restaurante jamás. ¡Pero por Dios bendito! ¡Si eso se parece más a un secuestro que a una comida!
Y miren, no quiero caer en la demagogia, que a todos nos ha costado nuestro buen dinero comer en algún sitio de esos a los que vamos, pero resulta que que te dé de comer Rasmus Munk cuesta 3.800 coronas danesas, o lo que es lo mismo 510 euros al cambio. Y eso antes de que te hayas bebido nada, pues con el maridaje top de los top -a 1.140 euros-, la cuenta puede llegar a superar los 1.600 euros por persona. Lágrimas de unicornio te deben dar por ese precio. Como mínimo, vaya.
Y entonces viene Rasmus Munk y con estos precios me habla de crítica social. ¿De verdad? ¿Pero qué me estás contado, colega? ¿Really Rasmus? Y no digo que todo el trabajo que hay detrás y los ingredientes que usas y las malditas lágrimas de unicornio del maridaje -y la droja que fumas- te hayan hecho poner estos precios. Pero entonces, ponlos con un par, cállate la boca y no me vendas motos. Es que ni lo intentes vaya, Rasmus cariño.
Además, el local por el que se ven abocados a deambular los clientes tiene 22.000 metros cuadrados o sea dos hectáreas que vendrían a ser el equivalente a dos campos de fútbol reglamentarios. Y digo yo que, en la fría Copenhaguen, eso habrá que climatizarlo de alguna manera. Miren, yo casi no pongo la calefacción para poder comer y no vivo en un piso grande, así que para aclimatar eso, además de ser caro, se debe tener que deforestar medio Amazonas.
Y de nuevo viene Rasmus y nos habla de sostenibilidad. ¿En qué habíamos quedado, corazón? ¡Que no me vendas motos, te he dicho! Don't pull my leg, man! Así que entenderán el desconcierto en el que ando sumido.
Cuando estoy así, recurro a los que saben. Y eso hice. Le expliqué a Maria, Maria Nicolau, cocinera para más señas, qué me sucedía. Incluso le pasé el enlace a la crítica que el Crítico de Todos los Críticos (españoles) había hecho de The Alchemist y que, a mi entender, rezumaba incomodidad por todos lados.
Le hablé de las patas de pollos encerradas en una jaula para protestar contra el maltrato animal -o yo qué sé- y del humor vítreo de bacalao -el líquido gelatinoso que hay entre la superficie interna de la retina y la cara posterior del cristalino-, que Rasmus usa en uno de sus platos, y de las mil maravillas de The Experience. Y ella me preguntó si era que de los bacalaos solo compraba los ojos. Y claro yo, pobre de mi, no supe qué responderle. Imagino que sí o que no y que reutiliza el resto del bicho para otras cosas, porque él es muy sostenible. O eso dice.
Así que Maria, viendo el estado de desorientación en el que me encontraba sumido, me dijo: "Ningún artificio de estos puede competir al lado de una pequeña dosis de coherencia. Haced lo que tengáis que hacer, pero no nos contéis cuentos chinos".
Pues eso. Si hay algo peor que un cocinero con discurso, esto es un cocinero que cuenta milongas. Cobra lo que te dé la real gana y yo ya decidiré si estoy dispuesto a pagarlo o no. Cocina con humor vítreo de bacalao y dame de beber lágrimas de unicornio si quieres, que yo ya decidiré si me apetece. Pero lo que no es de recibo es que intentes colármela, Rasmus.