En plena era de la comunicación, que me digan que no han podido hablar conmigo es extraño por no decir increíble. Paso el día con tres ordenadores encendidos, dos teléfonos móviles con dos números diferentes, todas las plataformas de mensajería necesarias, varias redes sociales en consulta más las que pruebo ocasionalmente (¿tenéis perfil de TikTok ya?) y el timbre de casa funciona. Puede que no haya buena cobertura si me llamas por teléfono, pero siempre llega el SMS de aviso con la llamada perdida antes o después que trato de devolver lo antes posible. Tengo Internet, con lo cual el correo electrónico me funciona a las mil maravillas. Eso de enviar y recibir mensajes es mi día a día. Si necesitamos hablar sobre algo, lo que sea, lo hacemos antes o después.
Lo de las nuevas aperturas, los menús renovados, los premios para un chef o los proyectos solidarios es un tipo de comunicación que está muy bien para moldear la opinión pública. Pero comunicar también es hablar con los clientes día a día. Yo personalmente me tomo cualquier conversación con mucha seriedad y espero lo propio de un negocio cara al público. Cuando tengo que hablar con alguien sopeso quién es, cuáles son las posibilidades de que me atienda, cómo contactarlo de la forma más natural y correcta posible (sí, de usted la primera vez), mido bien las palabras y elijo el canal que creo más adecuado. Luego pasará lo que tenga que pasar, pero comunicarse con alguien para lo que sea tiene su ritual, al menos para alguien con tendencia al desapego social ante el miedo al rechazo (natural en todos, pero no insalvable cuando te da de comer).
Claro, si me pongo en el papel de un restaurador, un productor o un comerciante, todo esto de comunicar y hablar bien adquiere todavía más importancia. Un negocio que atiende al público es comunicación pura por sus cuatro costados. La forma de comunicar y lo que se comunica tendrá mucha importancia en su éxito. Pero una cosa está clara: la retórica, la semiótica y demás ciencias del discurso van por un lado, y el sentido común por otro.
Por eso, si busco en Internet cual es la mejor tarta del mundo, la tengo a 40 kilómetros de distancia, la encargo con mis datos personales bien claros, recibo mi confirmación para ir a buscarla, realizo el pago, me presento el día acordado y la tarta no está, hay un problema de comunicación. Pero nada que ver con esos elevados conocimientos lingüísticos. Lo que hay es un problema de comunicación aplicado al sentido común. Porque ya me dirán qué cuesta hacer una llamada de teléfono para decir que esa tarta nunca estará y que ese interior de manzana y caramelo pues ya otro día si eso. Nada claro, pero me hace reflexionar sobre la simpleza y la importancia de una llamada.
Si vas a montar una pastelería, una plataforma de pedidos online, un restaurante o algo más mundano y corriente (entiendo mi experiencia como un incidente extraordinario y hasta cierto punto entendible), vas a reservar una mesa, primero mira en tu entrepierna. Asegúrate de que tienes todo lo necesario para, dado el caso, llamar por teléfono. Si tienes un encargo y no lo vas a poder servir o si has reservado una mesa y no vas a poder ir, manda un mail, escribe un mensaje o simplemente llama por teléfono. Cuando quieres hablar con alguien las cosas son muy sencillas. Llamar, aunque sea para dar calabazas, no cuesta nada más que una pizca de orgullo y algo de dignidad. Y no, no quiero otra puñetera tarta de la nevera.
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