Hay preguntas en la vida que a una le resultan cuanto menos ofensivas, y cuanto más, cansinas. “¿Para cuándo hijos?”, “¿y la boda?, o “¿en serio no comes carne?”, podrían ser tres de las más recurrentes si: eres mujer en edad fértil, tienes pareja estable pero no hijos, y eres vegetariana.
Poco que decir de las dos primeras, no vienen al caso. Pero sí de la última, porque hay aquí un hecho que me toca las entrañas y que creo merece la pena comentar. Que oye, son (somos) muchas y algo tendrán (tendremos) que decir las personas vegetarianas.
Más allá de modas, el vegetarianismo se ha convertido en una realidad en alza. Ojo, tampoco es que se haya inventado nada nuevo, pero sí me atrevo a decir que el no consumo de carne forma parte de un cambio de tendencias y consciencias alimentarias al que venimos asistiendo con mayor fuerza durante los últimos años. Instinto vegetal versus instinto animal. Lo de cuidarse más -a nosotros y al entorno-, lo de predicar y practicar eso de "haz de tu alimentación tu mejor medicina" y, en definitiva, lo de ser más críticos y consecuentes con todo lo que uno se cuece y se lleva a la boca.
Y lo vemos cada vez más: en restaurantes que poco a poco van coloreando más de verde sus cartas, en medios y revistas sobre salud, en debates sobre la sostenibilidad de los alimentos, y en otros lares como son las redes sociales, Instagram y la tenaz invasión de los #aguacatelovers. Y oye, me tranquiliza (tampoco en exceso) que esto esté pasando justo en una generación que ha nacido y crecido en la era de los nuggets de pollo y demás delicias cárnicas.
Pues bien, en medio de este cambio de conciencia alimentaria están (estamos) los que piensan que el mundo sería más mundo si pusiéramos el mundo vegetal a nuestros pies, a los pies del plato. Si dejáramos que los animales llevaran la vida -insisto, la vida- que merecen llevar, es decir, la que les corresponde desde el punto de vista más puro que existe, la del ciclo de nacer, vivir y morir sin que ninguna mano de cinco dedos intervenga para nada. Mucho menos, para matar. Y añado, para matar para comer, para industrializar a lo bestia, para saciar un paladar que ha sido social y culturalmente adiestrado para creer que necesita de esa carne para sobrevivir, para babear y para estar más sanos. Claro, la proteína, de dónde si no. Qué tonta yo.
Me preocupa esto, pero también una segunda cuestión: esa demonización que existe hacia quienes han o están (estamos) decidiendo -por motivos X- ser vegetarianos. Como dardos que se lanzan por inercia, intolerancia o ignorancia, por quienes no respetan su forma de alimentarse. Que no es la suya, así que ya me dirás.
Pero siendo justa, no todos son dardos. También hay quienes preguntan con respeto y se abren a debatir amablemente sobre cómo la producción mundial de productos cárnicos se está cargando el planeta, sobre la sobre explotación de la ganadería, sobre la relación real (que no lo digo yo) de algunas enfermedades con el excesivo consumo de carnes rojas y procesadas. Y, finalmente, sobre cómo el vegetarianismo podría ayudar a evitar todo esto. Free your mind, por favor.
Ahora, no seré yo entonces quien demonice a quienes sí comen carne. Si es tu caso y has llegado hasta aquí, te digo: no creo que seas una persona violenta, ni tampoco un asesino en serie ni un ser carente de alma. Nada de eso. Simplemente, te invito a que -open mind- pienses en todo esto que te decía de la conciencia alimentaria, de las manos de cinco dedos que intervienen en la vida de los animales, y por supuesto, en lo que más cerca tienes, que es la salud del planeta y la tuya propia. Que seamos conscientes, respetuosos y coherentes con todo ello, es lo mínimo.
En mi caso, sigo cocinando y disfrutando mi propio proceso hacia el vegetarianismo, de forma natural, sin imposiciones ni castigos mentales, con respeto y como una escucha a determinadas necesidades que mi cuerpo y mi cabeza me venían pidiendo. Estos son mis motivos, que no los tuyos.
Dicho esto: No, no me siento superior a nadie por no comer carne. Tampoco voy por la vida gritándolo a los cuatro vientos como si por ello creyera merecer una medalla; ni mucho menos pretendo, ensalada en mano, conquistar el mundo ni adoctrinar a nadie. Y, por último, no afirmo que una persona vegetariana esté, por definición, más sana que otra que coma carne (los donuts, la comida ultra procesada y los rebozados siguen siendo perfectamente compatibles con cualquier dieta vegetariana de libro).
Ser vegetariano es, simple y llanamente, una elección. Y como tal, cada uno es libre de acogerse a ella o no. Pero eso sí, vegetarianos, veganos, carnívoros, locos del nuggety fofisanos, seamos todos coherentes y pensemos: ¿qué está en nuestras manos para hacer que el planeta nos sonría de una maldita vez? Falta nos hace ahora mismo.