Una vez que es chino y se sirve con cuentagotas en cualquier plato de gastrobar, el caviar ha perdido su glamour y le ha pasado la pelota al montón de angulas, símbolo hoy de la élite gourmet que tiene pasta gansa: del negro grano a la negra raya, porque si esta no se dibuja sobre su lomo, apaga y vámonos.
La opulencia del lujo es así. Se muestra obscenamente en todo momento, con mayor énfasis en los de crisis. Es así y siempre lo será mientras perdure nuestra especie. Lo que en teoría no debería serlo es que haya tanto impostado rico exquisito o comilón y, menos aún, que los que no lo son lo quieran parecer y aparezcan comiendo y bebiendo a todo plan.
La obcecación de los españoles por el "comercio y el bebercio" es ya una realidad tan extendida e implantada en las voluntades de todas las capas sociales, que consumimos gastronomía a todo lo que dan nuestros respectivos bolsillos. El segundo deporte nacional.
Mientras todos los índices indican que nos vamos al carajo, nosotros nos vamos a comer del carajo. La restauración se sigue quejando, pero todos los garitos lo petan y no se han visto en otra como esta. Mientras todos los precios de los alimentos se disparan, nosotros nos disparatamos comprando a tutiplén. Las familias se siguen quejando, pero en todas las casas se come lo mejor que haya y puedan pagar, al límite.
Entonces… ¿nos hemos vuelto locos? Partiendo del hecho de que, como escribiera Vicent, el hombre es un mono con piel de cerdo que se ha vuelto loco, en lo que respecta a este asunto del gasto gastró, no lo creo, solo estamos alienados y adoctrinados. Obedecemos subconscientemente las órdenes subrepticias dictadas por la máquina invencible del tecno-postcapitalismo actual, globalizado y glotón, que nos incita al consumo total mediante su poder mediático absoluto que no para de meternos el miedo en cuerpo y mente. Inútil resistirse, salvo que llegue el día de una utópica rebelión real.
Mientras tanto, tiramos de nuestros ahorros para tirarnos al río de las opulencias y las comilonas que van a dar al mar de las carencias y las lloronas. Porque qué más da el futuro si el futuro es hoy, así que comamos y bebamos mientras vivamos y podamos.
Solo ese fin del mundo que dicen que se avecina igualará a ricos y pobres, gourmets y gourmands, porque entonces ni angula ni tocino habrá con los que alimentar el cuerpo o el alma supérstites de la humanidad.
¿Habrá un nosotros sin nuestro mundo? Si así fuera, ¿de qué y cómo se alimentará?