La gastronomía está triste
¿qué tendrá la gastronomía?
Los suspiros se escapan de su olla reconcomía, que ha perdido la guisa, que ha perdido el sabor.
La gastronomía está lánguida en su cocina de oro, está mudo el ‘piano’ de sus congresos de oro;
Y con un vaso, olvidado, se marchita el creador.
La bella gastronomía contemporánea ha perdido la risa, ha perdido el color, ha dejado escapar la pasión, ha dejado desmayar su flor. La vivacidad, la alegría y las ganas de vivir de los príncipes de la gastronomía have gone. Toda esa simpatía por lo humano en la que, cual caldo de cultivo, la cocina comprometida ha venido viviendo y creciendo se ha esfumado como vapor de caldo en reducción, camino de la sequedad.
La forzada conversión de la gastronomía como todo en un sector económico, la agresividad financiera, la codicia empresarial, la avaricia de la monetarización de cuanto haya en la cesta de la compra, el acaparamiento de unos pocos y el afán de copar el mercado, la monopolización, la acumulación de poder y presión… todo esto y mucho más, es lo que está conduciendo a la bondadosa gastronomía al matadero y no a la tierra prometida.
Porque hubo un tiempo en que soñábamos con una gastronomía humanista (ya lo he mencionado otras veces, soy repetitivo y pesado, sí) y así se escribía y decía en altavoz por personas del fuelle de Joan Roca, por sólo poner un ejemplo.
Entiendo yo por humanismo gastronómico, la capacidad de independencia de sus protagonistas y el ejercicio pleno de su libertad en el desarrollo de su oficio y empresa. Libertad para la acción y la ilusión; para crear, imaginar y soñar; para expresarse en un lenguaje propio con el que comunicar sin cortapisas ni temores; para andar sin desconfiar o tener que vigilar las espaldas; para la amistad, la convivencia y el contagio; para la conciencia propia y de grupo y la solidaridad, etc.
Aquella fue y debería haber seguido siendo a mi corto entender, la gran aventura de la gastronomía que creó y vivió España, que se mantuvo mientras se negó todo determinismo y dirigismo por terceros, mientras se vivió en la pasión humana por la gastronomía sin saber a dónde conducía, sin otro destino que el propio caminar y la travesía.
¿Dónde quedó todo eso? Bien sencillo es responder. Hoy todo está vendido al gran mercado convertido en nueva religión del dinero y la empresa avariciosa que adora a la diosa economía que todo lo engulle. Todos queremos más y más y mucho más: más restas, más locales, más franquicias, más marcas, más negocios, más productos, más delivery... es decir, más dinero. ¡Qué palo, qué palo!
Esta terrible religión sin piedad es la nueva teocracia coolinaria: el dinero es su dios, la economía su diosa; sus arcángeles: las Ferias/Congresos, Michelín y demás guías, 50 Best/Best Chefs Awards y otros rankins, los Premios, las Cadenas de TV, los Grupos Mediáticos y otros medios medio-dioses de la cosa, y, cómo no, las alianzas de todos ellos con las administraciones y los poderes políticos. La suerte está echada, la llave también, puesta al mal recaudo de los poderosos inhumanos de los dineros, sean quienes fueren y estuvieran donde estuvieren.
Todo este tinglado tan fuertemente armado nos está conduciendo -a mí al menos- a una depre generalizada bajo el lema “el mundo de la gastronomía es así, no hay alternativa“ con el que nos bombardean continuamente. Pero no es así, la alternativa existe, está en volver a ese camino humanista, libre y sin destinos impuestos, está en volver a vivir la mejor gastronomía como fuente de ocio placentero, como lugar de encuentro y convivencia, de amistad y, por supuesto, de solidaridad. También de arte y poesía. ¿Utopía? Eso me temo, sí, pero no siendo así, vamos apañados y directos al vertedero gastró. Si tomáramos este camino quizás fuera posible salvarla de esta tristeza o al menos del cinismo ya endémico en el que vive.
¡Pobre gastronomía de los exitosos acumules!
Está presa en sus oros, está presa en sus baúles, en una cocina de mármol del Resta Real,
el palacio soberbio que vigilan los carceleros,
que custodian 100 ultracocineros con sus 100 cuchilleros,
un pinche de cancerbero y un dragón colosal que es el dinero.
* Con una pequeña ayuda de Rubén Darío y su “Sonatina. La Princesa está triste…” y de Franco “Bifo” Berardi y su libro “Futurabilidad”.