"Artes agradables son las que sólo tienen por fin el goce: entre ellas se comprenden todos los encantos que pueden regocijar a la sociedad entorno a una mesa". Para Kant la cosa estaba clara, cocinar y comer era un mero entretenimiento como lo podía ser jugar a la gallinita ciega o al corro de la patata. Se trata de meras sensaciones momentáneas que no dan mucho que pensar y su objeto es el placer del disfrute de los sentidos. Como reflexiona Byung-Chul Han en su libro "El buen entretenimiento", es "diciéndolo en términos modernos, un arte popular".
Sin embargo, y siguiendo con el razonamiento de éste sobre aquél, la cuestión no está tan clara como se destila de esa lapidaria frase del filósofo que ciñe el disfrute a lo corporal y animal, pero no al conocimiento y la belleza estética. Cierta y aplicable es para casi todas las cocinas, comidas y ocasiones en las que nos sentamos a una mesa y nuestro juicio del gusto no puede siquiera adivinar si aquello es bello o feo; sólo determinar si está malo o bueno, si no nos disgusta o nos gusta y, por consecuencia, enfurruñarse amargamente si ocurre lo primero o disfrutar y gozar abiertamente en caso contrario.
Pero tengo para mí y pongo gran empeño en ello dada mi perturbación obsesiva por este arte, que sentarse ante determinadas creaciones culinarias de determinados cocineros y disfrutar de ellas sí que, además de lo anterior y primario, "tiene que ver con el conocimiento"; sí que conlleva "una mediación de la reflexión"; sí que "hace sentir una armonía de las facultades cognoscitivas"; sí que "suscita una complacencia del comensal por sí mismo, por su idoneidad para el fin de conocer y emitir, en paz y distancia contemplativa, un juicio al respecto", y ello aunque se compagine placenteramente con aquella satisfacción más elemental, se comparta con otros e incluso conduzca a la risa y el jolgorio común.
Concluyendo y hablando a las claras y en lenguaje de bar&barra, comer bien es gozar a la pata la llana y sin comeduras de coco: arte popular en vena. Pero acudir a uno de los grandes restas, capitaneados por uno de los maestros cocineros creativos monstruos de las galletas, puede ser tanto o más provechoso para el lujo de nuestras cabezas que es la agudeza del conocimiento, como cultivarse con cualquiera de las bellas artes: arte culto a cucharadas.
Y digo esto aquí y ahora, ex profeso, para que no se nos olvide, que los lógicos ataques de nervios de la actual situación no son buenos compañeros de mesa y nublan las mentes, achican los estómagos, enrancian los paladares y amargan la existencia. Seamos bellos con alma.